sábado, 6 de noviembre de 2010

Capítulo XIV (Parte I)

La madera de aquel vetusto edificio crepitaba con duros sonidos que se clavaban cual martillazos en la cabeza del joven. Ahora podía ver la casa en su inmensa totalidad, tenía en la entrada un pequeño mueble y, sobre él, múltiples anillas oxidadas que sujetaban una gran cantidad de llaves también víctimas del paso del tiempo. El hombre que acompañaba al joven carraspeó repetidas veces hasta conseguir atraer al paladar un pequeño gargajo que escupió sin pensarlo dos veces justo delante de Cosow.
-Así son las cosas, muchacho. Deberás acostumbrar tu cuerpo puro a la indecencia con la que compartirás aire durante el resto de tu vida.
-Tranquilo viejo, me da la sensación de que lo lograré sin ningún problema.
Se oyeron unos fuertes golpes que parecían provenir del piso de arriba; así era. Unos muchachos descendían velozmente la escalera para presentarse antes el nuevo miembro de aquella extravagante familia.
-Mira, estos son mis hijos -dijo orgulloso Sôlen-.
-Qué ricos todos -respondió con sorna el invitado-.
-Brönta, el más veterano por aquí; Kadrê, el más pequeño hasta que llegaste tú; y, por último Sêra, la chica más bonita de este lugar -dijo guiñándole un ojo a la joven-.
 -Hostia, uno más al grupo. Cada vez somos más para hostigarte, Sêra -comentó Kadrê-.
-Enano, cállate que éste estoy viendo que es de los míos.
-Sêra, no te engañes, vendrá con Kadrê y conmigo.
-A ¿qué no, Cosow? A ¿que tú vendrás conmigo?
-Vamos chicos, dejad de molestar al nuevo; aún se tiene que acostumbrar a su nuevo hogar. Acompáñame, muchacho.
Cosow asintió y se despidió de todos sus nuevos amigos.
-Pues es mono el chico -dijo Sêra mirándolo de reojo-.
-¿Otro más para la lista, enana? -preguntó riendo Brönta-.
-Puede.
 Subieron las escaleras hacia su habitación, la segunda de la izquierda. Dormiría entre los dos chicos, pues ella acostumbraba a dormir fuera. Le habían entregado el cuarto plagado de marionetas en la casa de Borg, la misma. Gracias a Dios no era el mismo edificio ya que lo había dejado atrás hacía unas horas. Entró y se acomodó en una cama mullida que habían colocado expresamente para él sabiendo que volvería. Deshizo su equipaje: una camiseta, un pantalón, unas hojas en blanco, un bolígrafo que había encontrado en su cuarto unos años antes; era con el que siempre escribía sus poemas o sus pequeñas historias que no llevaban a nada pero ayudaban al muchacho a desahogarse y dejar constancia de sus pensamientos. Entró, de súbito, la muchacha a su habitación interesándose por su estado, su cambio de la vida que había dejado para estar entre ellos. Cosow le contó resumidamente la historia de Dôrya y todo lo que le había pasado con Tràdare. Le comentó también la muerte de sus padres pero sin el cómo. Escuchó, de nuevo, el ritual que solían hacer todos los que se enteraban de su orfandad y repitió la misma respuesta: no importa. Mostró sus trabajos, todos sus escritos. Era algo estupendo ver que por fin el muchacho había hecho una buena con alguna chica, pues necesitaba eso, olvidarse de Dôrya.
-¿Aún la quieres?
-¿Quién, yo? Que le den.
-No digas eso, seguro que fue estupendo lo que tuviste con ella.
-No se le puede nombrar de esa manera a lo que tuve con ese intento de persona.
-Sólo necesitas desahogarte un poco. Escribe, ¿no dices que eso te suele relajar?
-Sí, puede que sea lo mejor.
-Bueno, te dejo que termines de instalarte.
-Gracias, te lo agradezco.
Bajó a la planta baja y allí estaban ellos, esperándolo con una pancarta de bienvenida que Kodrê había fabricado en un apuro. Se lo agradeció a todos y comenzaron a conversar con él, pero en seguida se cansaron. Brönta era el único que le parecía hacer caso y responderle los comentarios. Hablaron de todo lo que a una persona se le pudiera ocurrir. Compartían gustos, compartieron experiencias y, sobre todo, sus filosofías que eran similares.
Al caer la noche se reunieron todos los habitantes de esa casa en el salón, sentados en el sofá frente a la chimenea; era la típica escena que salía en los anuncios de la tele, o eso pensaba Cosow.
-Y ¿el alemán con el que hice tan buenas migas? ¿Dónde está?
-Se fue. Era un empleado y antes de ayer rescindió su contrato en esta casa, así que ahora estamos solos los cinco -respondió amablemente Sôlen-.
-Me parece perfecto.
-Bueno chicos, ¿qué queréis cenar?
-Nada, nosotros nos vamos a la cama -respondieron los dos residentes dejando a su padre y la muchacha con el joven-.
-Y ¿vosotros?
-Yo nada, muchas gracias -respondió con educación Cosow-.
-Yo tomaré lo mismo -dijo Sêra mirando a Cosow con una sonrisa-.
Tenía una sonrisa preciosa, perfecta; parecía nieve en su boca lo que se veía en sus dientes. El muchacho salió fuera a observar el campo, el florecer de la naturaleza en su jardín. Ella lo siguió tratando de darle conversación en vano. Nunca había sido muy hablador aquel chico y no lo iba a ser ahora. Ahora, aún menos. Cogió el móvil y lo lanzó hacia el bosque, donde se perdió entre la espesura del mismo, entre los árboles a decenas de metros de allí. Donde estaba y con quien estaba no lo iba a necesitar, por lo que eligió prescindir de él.
-Ven, te invito a una copa-.
Cosow aceptó y la siguió. Se dirigían hacia la ciudad, hacia la civilización de donde había huido y no tenía ganas de volver. Sólo allí podían tomar un trago, pues en casa no había ni una gota de alcohol ya que Sôlen repugnaba la bebida. La veía como un método vergonzoso de ridiculizarse ante la sociedad. Los demás no lo miraban con los mismos ojos; observaban en cada vaso una salvación a sus miserables vidas. Entraron en el Pulce, el viejo bar Pulce. El camarero, tras tanto tiempo, seguía siendo el mismo al igual la gente que lo frecuentaba.
-¿Qué tomaréis?
-Vodka negro y un poco de limón -pidió la chica-.
-Vodka con agua.
Esperaron a tener sus copas junto a ellos y pensaron en porqué brindar. Decidieron hacerlo por la vida que les esperaba juntos en la vida, en la misma casa compartiendo techo.
-Hacía tiempo que no se te veía el pelo, Cosow -se oyó tras él-.
-¡Hostia, amigo! ¿Qué tal?
-¿Quién es? -preguntó Sêra susurrando-.
-¿Yo qué sé? Un borracho, supongo; tú síguele la corriente.
-¿Qué te hizo volver por estos lares?
-Pues nada, el recuerdo de grandes amigos como tú.
-Qué bonito, amigo mío.
El hombre apenas se tenía en pie y su boca solía bailar a cada frase que salía de ella. Se fijó en su acompañante y, mirándola de arriba abajo, dijo:
-Qué guapa, ¿no? Podrías prestármela.
-Venga, ya basta; vete a asustar a las palomas a la Koshya.
-¿Quieres problemas?
-Viejo, más vale que te vayas antes de que te haga cerrar ese pozo de alcohol que tienes como boca; borracho de mierda.
-Cosow, déjalo ya, no importa lo que haya dicho.
-No, no. ¿Él quiere pelear? Pues lo va a hacer.
-Si no tienes ni media hostia, muchacho. Venga, pégame si tienes huevos.
Se hizo el silencio en el tugurio aquel al ver y escuchar al viejo caer al suelo con una mancha de sangre en la boca y un ojo rojo al borde de la expulsión.
-Ponme otro vodka con agua.
-Cosow, ¿qué has hecho?
-¿Yo? Darle lo que quería.
Estuvieron alrededor de dos horas hablando sin parar sobre sus cosas, sus teorías sobre las cosas y sobre lo que les rodeaba en aquel mundo. Entablaron una relación agradable, mayor que las que habían tenido anteriormente ninguno de ellos. Cosow dejaba atónita, en blanco a su acompañante con cada respuesta que recibía respecto a todos y cada uno de los temas que trataban en el bar, sentados en unas butacas viejas y una barra de hierro impregnada de alcohol.
-¿Por qué bebes, muñeca?
-No tengo razón, simplemente, me gusta.
-Qué normal. Alguna razón habrá. ¿Cómo es tu relación con Sôlen?
-Genial, ¿por qué?
-Y ¿con ellos? ¿Con los dos chicos?
-¿Con Brönta y Kodrê? Pues bien, como suelen ser todas.
-O sea, horrible.
-¿Por qué me preguntas todo esto?
-Para hallar la fuente que impulsa a tu alcoholismo a salir de tu cuerpo.
-No la vas a encontrar.
-Sí. De hecho, ya lo he conseguido.
-Y ¿cuál es?
-Secreto. Bebe tranquila y no te preocupes por lo que piense un niño viejo como yo.
-Me desconciertas, Cosow.
-Lo sé, y a ¿qué te gusta?
-Algo.
-Pues ya está, bebe.
-Y tú, ¿por qué bebes?
-Te contestaré lo mismo que le he contestado a mi hermano desde que me vio por primera vez con una botella de alcohol en la mano: lo hago para anestesiar el dolor que dejan en mí los fantasmas del pasado, para liberarme de las cadenas que me atan al mundo en el que estoy obligado a vivir y, sobre todo, porque sí; me siento bien cuando me encuentro en ese punto en el que no estoy ni ebrio ni sobrio, ni feliz ni depresivo, es un estado por el que daría todo por vivir continuamente en él.
-En serio, me encantas.
Al muchacho se le encendieron los ojos, dejó el vaso sobre la barra y la miró con una casi imperceptible sonrisa que no pasó desapercibida ante la pupila de la chica. Le recordaron, aquellas palabras, a las que Dôrya le dijo en su momento.
-Chica, soy muy complicado; no intentes entenderme -dijo él mientras echaba un trago al vaso medio vacío-.
-¿Por qué no? Me pareces interesante.
-Por eso mismo, lo interesante se agota y no quiero que te decepcione algo que venga de mí.
-¿Por qué?
-Ya he roto demasiados corazones.
-¿Corazones? Muy egocéntrico eres, ¿no?
-Pues sí, y aún así, te seguiré atrayendo.
-¿Por qué iba a hacer eso?
-¡La bebida! Deja que haga su trabajo, verás cómo te hará ver todo de un modo distinto cuando estés en mi estado.
-¿De verdad es tan bueno ese momento?
-Genial, como un orgasmo de alcohol -dijo mientras bebía la última gota de alcohol que habitaba en su vaso-.
-Lo probaré, pues.

No hay comentarios:

Publicar un comentario