domingo, 31 de octubre de 2010

Capítulo XII (Parte I)

Cosow despertó con un portazo en su habitación por parte de su hermano.
-Despierta.
Abrió los ojos lentamente y lo primero que miró: el móvil. Estaba llamándolo Sorela.
-Hola, Cosow, ¿dónde te habías metido? Menos mal que te encuentro.
-Hola; es una larga historia. Ya te la contaré cuando tengamos tiempo.
-Lo cierto es que a mí me sobra de eso, ¿quieres venir a mi casa y hablamos de lo que hiciste?
-Debería llamar a Dôrya.
-Déjala, seguro que está con Tràdare.
-¿Quién?
-Tràdare, un compañero nuevo que vino de Rusia y que parece que le gusta.
-Qué bien.
-Bueno, ¿vienes a mi casa o no?
-Sí, en cinco minutos estoy allí.
Colgaron. Cosow se levantó y lavó la cara intentando despejarse, asimilar la noticia de que Dôrya estuviera tonteando con otro por no haber estado con ella esos días. Tiró las cosas de encima del espejo por el suelo, destrozó la mampara del baño y se sentó en el suelo tratando de aclarar sus ideas. Decidió que le daba igual, que no sería nada. Salió de casa y llegó a la de su amiga, que lo recibió en el salón.
-Ponte cómodo, vengo ahora que tengo que recoger unas cosas.
-Está bien.
Se sentó en el viejo sofá de cuero que había colocado en el cuarto quedando hundido en él.
-Ya estoy. Bueno cuéntame, ¿qué te pasó?
Cosow no tenía ganas de explicarle nada, ni su nuevo modo de actuar ni sus actos en aquel edificio alejado del mundo sensato, así que le contó que se había ido de excursión él solo por la montaña del norte.
-¿Tú solo? ¿Por qué?
-No sé, me apetecía; ¿algún problema? -contestó, Cosow harto de hablar sobre ese tema-.
-No, ninguno. Te voy a dar una cosa.
-¿El qué?
-Adivínalo.
-Un beso.
-¿Cómo lo has sabido? -preguntó extrañada Sorela-.
-Lógica, pura lógica. ¿Me lo vas a dar o no?
-¿Y Dôrya?
-Lo ibas a hacer igualmente antes, ¿no? Pues venga, que le den.
Se besaron. Estuvieron toda la tarde sin soltarse, pasando una tarde fantástica. Cuando dieron las diez y la ciudad era oscuridad por completo volvió a casa. Estuvo pensando en lo que le había hecho a Dôrya pero terminó pensando que era tontería cavilar sobre aquello, que todo se solucionaría solo, y si no, tiempo al tiempo.
Llamó a su chica para ver cómo estaba. No le cogió el teléfono, así que lo probó algunas veces más. A las doce contestó al teléfono con una voz de ahogo, como si hubiera estado corriendo o haciendo ejercicio hasta ese momento.
-Cosow, ¡qué sorpresa!
-¿Por qué no cogías las llamadas?
-No lo oía, estaba en silencio.
-Joder, siempre lo tienes en silencio, pero sólo cuando te llamo yo. Tu móvil me odia, ¿no?
-No es eso, es que estaba en la ducha.
-Sí, ya. Espera, que voy a tu casa y nos vemos.
-¡No, para! No, mejor ven mañana que hoy estoy ocupada.
-¿Con quién?
-Con los apuntes.
-Vale.
El muchacho fue hasta casa de Dôrya para darle una sorpresa y vio salir del portal a ella y a un chico, que imaginó sería Tràdare. Cuando se despidieron, lo hicieron con un beso, pero no como Cosow esperaba, sino un beso en la boca de más de diez segundos sin separarse. Miró hacia el suelo Cosow, pensando qué hacer, si partirle la cara ahí mismo o dejarlo correr. Lo dejó correr. Al día siguiente, la nueva personalidad marcaría historia en el campus de Dôrya. Al terminar las clases, Cosow se dirigió hacia el grupo de su novia y vio a Tràdare.
-Cariño, ¿qué haces aquí? -preguntó la muchacha-.
El chico la miró con una cara de asco que podría haberla matado en ese preciso momento.
-A ver gilipollas, ven aquí -dijo el chico dirigiéndose a Tràdare-.
-¿Qué me has llamado?
-¡Gilipollas! ¿Te molesta? Pues te jodes. ¿Qué tienes tú con mi chica?
-Estamos juntos, sí; y ¿qué?
Cosow apretó los puños, cerró los ojos y sintió como el viento rozaba su pelo, su cuerpo. Se apoderó de él una fuerza sobrehumana; volvió a sentir lo mismo que en aquella casa: la ira que comía su cuerpo por dentro poco a poco.
-¿Me vas a pegar, media mierda? -preguntó Tràdare tratando de intimidarlo-.
Abrió los ojos y todo se volvió silencio. En una milésima de segundo vio a su oponente en el suelo con la boca llena de sangre y a dos metros de distancia. Se estaba retorciendo de dolor en el suelo tratando de apaciguar el dolor en su hígado por el puñetazo que acababa de recibir.
-Vamos, levántate. ¡Ten cojones a levantarte!
El otro seguía en el suelo retorciéndose y siendo punto de mira por todo el coro que se había formado alrededor de ambos. Cosow lo levantó en peso y lo puso de pie. Él seguía caído, a punto de llorar por el dolor, así que el agresor miró a Dôrya y dijo:
-¿Así que me cambias por eso?
-No, para. ¡Déjalo ya! Volveré contigo, pero no le hagas nada.
-¿Que volverás conmigo? Ni de coña. Para mí estás muerta, ¿me oyes? Ni se te ocurra dirigirme nunca más la palabra. En cuanto a este intento de hombre… creo que lo dejaré perfecto para no hacer más mal a nadie.
Cosow cogió un bolígrafo de un chaval que estaba a su derecha dejándolo atónito y se lo puso en la espalda a Tràdare.
-Bueno, tú me has quitado algo que yo quería y yo ahora te quitaré lo que has usado para quitármelo. ¿Sabías que si presionas demasiado una lumbar determinada podrías dejar paralítico a alguien?
-No, no lo hagas, por favor.
-Tranquilo, no lo haré.
-Gracias.
-Lo haré aquí, mejor -dijo Cosow recolocando el bolígrafo sobre una cervical-.
Apretó y de repente, todo se nubló para Tràdare.
-¡¿Qué le has hecho?! -gritó Dôrya-.
-¿Yo? Nada; dejarlo tetrapléjico. Disfruta ahora sus polvos y añora los míos.
-¡Cabrón!
-¿A qué sí? Pero sólo un poco.
Todo el mundo se le quedó mirando mientras desaparecía dejando en el suelo su carpeta con los apuntes y demás material. Se dirigió fuera de la ciudad. Fue hacia la casa de la que escapó hacía unas semanas. ¿Por qué? Lo necesitaba.

Capítulo XI (Parte II)

Alzó la vista y vio todo más claro, más luminoso. Las sombras se habían desvanecido y algo no terminaba de gustarle a Cosow. Si está el pasillo encendido es que alguien ha activado la luz y recordó que su libertador no le daría ninguna facilidad, así que no encendería la luz para mejorar la visión de su preso.
-Cogeré la motosierra por si las moscas -dijo Cosow mirando al cadáver-.
Limpió con su lengua la sangre vertida sobre el objeto y se encaminó hacia el final de las escaleras. Al principio todo era normal; estaba la puerta tal y como la dejó al irse después de matar a Völe pero no estaba el cuerpo. Alguien se lo había llevado dejando tras de sí un rastro de sangre fresca. Anduvo hasta alcanzar el marco de la puerta y sostenerse, estaba agotado por el esfuerzo que había realizado hasta entonces; miró a la ventana y rio con un gesto de satisfacción. Cuando iba a dar el primer paso sintió que algo goteaba en su hombro izquierdo, lo miró y observó que era seca chupándose el dedo manchado de aquel líquido rojizo; echó la vista hacia el techo y vio a Völe descender en picado sobre él, aunque le dio tiempo a apartarse antes de resultar herido por el cuchillo que, momentos antes, habían nublado a medias la vista del hombre.
-Ven aquí, te arrancaré un ojo y te lo enseñaré para que veas lo que me has hecho.
-Lo veo perfectamente, que yo tengo los dos, no como tú -dijo riendo Cosow-.
El hombre se abalanzó sobre el muchacho pero este hizo un pequeño movimiento de evasión hacia la izquierda dejando pasar al tuerto a su lado, lo agarró y lo puso de rodillas quitándole su arma de la mano y posándola en el cuello de su presa.
-¿Te remato?
-Adelante, haz lo que quieras, pero no podrás salir de esto-.
-¿De esto? ¿Qué es "esto"?
Völe se aferró al cuchillo y se cortó el cuello con una gran incisión de un lado a otro de la garganta dejando una buena salida a su sangre, que caía como una catarata sobre su camiseta gris vieja. Cosow se despertó, asombrado de todo lo que estaba haciendo, presenciando en ese día, era todo demasiado realista para él. Rematado el último obstáculo que lo separaba de la libertad se dirigió hacia la ventana y vio la gran caída que había hasta el suelo así que quedó cavilando junto al cuerpo inerte de su enemigo.
-Ya sé -dijo el muchacho-; solamente voy en primero de carrera pero sé que un intestino delgado de un adulto puede medir hasta siete metros, suficiente para hacer una cuerda que llegue desde la ventana hasta la calle.
Cogió a aquel individuo y lo abrió en canal echando los órganos inservibles a un lado. Fue sacando el intestino del abdomen poco a poco, como quien recoge una cuerda, haciendo un montón a su lado. Cuando terminó de sacarlo por completo pensó en cortarlo con el cuchillo pero prefirió dar un último gran tirón sacando también, sin querer, el estómago del muerto.
-Ya que estamos, saquemos lo demás.
Sacó todo, solamente dejó sana la cabeza. Comenzó a jugar con los pulmones, hacía malabares con el hígado, vesícula biliar y el páncreas dejando sus manos completamente impregnadas de aquel líquido repugnante que tanto parecía agradar al muchacho. Rompió el cristal con uno de los pulmones y reventó contra el suelo el estómago dejando esparcirse un líquido marrón claro sobre el suelo de la habitación. Anudó a la barandilla de la escalera un extremo de lo que iba a utilizar como cuerda y dejo caer por la ventana el resto, se agarró y descendió a través de la oscuridad.
Al llegar al suelo lo primero que pensó fue en llegar a casa, pero luego algo le dijo que no debía hacer eso, que no lo recibirían con los brazos abiertos, sino dispuestos a castigarlo cruelmente por su desaparición, así que decidió esperar. Era de noche pero sus pupilas estaban suficientemente dilatadas como para poder ver con una decente claridad lo que había a su alrededor. Un vasto terreno completamente infestado de flores, árboles y arbustos sería a partir de ese momento el hogar del muchacho. Había aprendido a sobrevivir, a anteponer sus necesidades a sus principios y le encantaba; no quiso cambiar nunca. Aplicaría ese método también junto a sus seres queridos. Contra ellos todo sería más fácil.
Pasaron los días, las semanas…
El paso del tiempo acrecentaba el odio de Cosow hacia la raza humana. Era un misántropo convencido. Cuando era quince de abril decidió salir a la superficie, asomar la cabeza en la civilización. Regresó junto a Rodka, Dôrya, Sorela, Fröde y Tresâh. Al llegar a casa era por la tarde, poco después de la hora de comer. Se había alimentado hasta ese momento de los animales que conseguía cazar; cuando no podía comer no comía, soportaba lo que se le echara encima, las condiciones climatológicas y el miedo que ya apenas tenía cabida en su mente.
-Buenas noches, hermano.
-Hola, ¿dónde estabas?
-¿Yo? Secuestrado. ¿Qué hay para comer en casa?
-Secuestrado, bien. No hay nada, como siempre.
-Genial. En el bosque esto no me pasaba.
-¿Qué has dicho?
-¿Qué? No, nada. Me alegro de volver.
-Ah, vale; adiós.
Rashkolnikov se fue a la calle y Cosow se echó en su cama a dormir. Lo necesitaba; precisaba urgentemente una superficie blanda donde yacer. Pasaron las horas y vio su móvil sobre la mesilla al despertar reflejado en el espejo. Tenía muchísimas llamadas de Dôrya, pero aún más de cada una de sus amigas, parecía que les importaba más a ellas que a su propia chica. No le dio mayor importancia y volvió a dormir; mañana ya pensaría sobre eso.

sábado, 30 de octubre de 2010

Capítulo XI (Parte I)

Se apoyó sobre la pequeña consola que había colocada al lado de la escalera para descansar. Había olvidado la lesión de su pierna y su cansancio; en el, en ese momento, primaba la supervivencia. Debía aprender forzosamente a rechazar el dolor, los pensamientos que no le ayudaran a salir de aquel lúgubre lugar. Alzó la vista y vio al final de la escalera la sombría apariencia de un hombre, parecía ya mayor, con el pelo canoso y largo; vestía una túnica blanca y su piel era lo único que cubría sus pies. Tenía las manos en su espalda. Cosow no se atrevió a subir así que llamó al hombre que le había concedido la libertad aparentemente.

-Hay un hombre que no me da mucha confianza al final de la escalera.
-¿Para qué quieres subir? -preguntó encendiéndose un cigarro mientras peinaba su cabello-.
-Obviamente, para salir; no hay ventanas en la planta baja.
-Chico, arréglatelas. Ya te lo dije: no te daré facilidades; además, puedo asegurarte que volverás aquí no hoy, sino dentro de unos días. Echarás de menos esta sensación.
-¿Qué sensación? ¿Una sensación de miedo, angustia, agobio?
-¿Eso has sentido? Qué poca hospitalidad habrás notado por nuestra parte, ¿no?
-Podría decirse que sí, pero eso ya no importa; veré qué hago para salir.
-Suerte -dijo el hombre entre risas-.

Cosow asintió en señal de agradecimiento y salió del cuarto con un largo suspiro. Llegó a los pies de la escalera y el viejo canoso seguía arriba, inmóvil con las manos tras la espalda y el mismo rostro horrible que marcaría la memoria del chaval de por vida. Al estar todo apagado no alcanzaba a ver bien sus facciones, pero de repente un rayo hizo penetrar un haz de luz de unos segundos, suficiente como para observar con detenimiento su cara y determinar un examen: varón, unos sesenta y pocos años, baja estatura y peso, pelo -afirmó- canoso y largo, la cara era un corte prácticamente; una incisión caracterizaba aquel semblante emanante de sufrimiento y decadencia y unos ojos azules grisáceos pedían auxilio a gritos por escapar de aquel cuerpo.

-¡Sal de ahí, déjame pasar! -gritó Cosow-.

El hombre negó con la cabeza y permaneció impasible ante la firmeza del muchacho.

-Escucha, capullo, o sales de ahí en medio ahora mismo o subo y te arranco lo que tengas ahí abajo, ¿me has entendido?

De nuevo se escuchó silencio pero esta vez lo que hizo el viejo fue inclinar la cabeza unos cuarenta y cinco grados hacia la derecha, como para entender mejor, y seguir indiferente a las amenazas del chico. Entonces, Cosow subió poco a poco tragando saliva, impertérrito; lo dominaban las ansias de salir de aquel lugar y el instinto de supervivencia, utilizaba como combustible la adrenalina que, en ese momento, funcionaba mejor que el queroseno en cualquier reactor dándole una energía y vitalidad dignas de su edad. Cuando iba por el décimo escalón vio al viejo sacar una mano -la izquierda- hacia fuera, dejando a la vista una mano con grandes faltas: tres dedos. Le faltaban a aquel personaje tres dedos, el anular, el índice y el dedo corazón. En su otra mano, un artilugio que sostenía con fuerza. La motosierra que había dejado en el suelo minutos antes tras matar a Völe. La alzó sobre su cabeza y zarandeó con fuerza de un lado para otro tratando de hacerla funcionar.

-No funciona, estúpido.

Se oyó un rugido de motor. La máquina funcionaba y estaba dispuesta a cortar lo que se le pusiera por delante. El hombre sonrió y Cosow alcanzó a ver sus escasos dientes, con un gran brillo amarillento. Calló y de repente -y sin saber porqué- comenzó a reír con cara de sádico y a perseguir escaleras abajo al muchacho. Cosow se lanzó sobre el hombre al llegar al suelo y se apropió de la maquinaria que manejaba el viejo loco aquel para usarla contra el mismo. Imitó al vejestorio ese levantando sobre su cabeza el arma y, en una décima de segundo se paró el tiempo para el chico. Matar se había convertido en un hábito para él, cuando antes no era así, nunca había deseado tan mal a nadie, nunca había llegado más allá de los insultos. Decidió parar esa matanza. De repente, la voz de Rashkolnikov sonó en el silencio nocturno de aquel edificio diciendo: "¡Mátalo!, sabes que quieres hacerlo".

-¿Por qué? -perguntó Cosow-.
-A eso sólo puedes responder tú.

Miraba a todas partes, intentando hallar el rostro de su hermano pero en vano.

-Te has equivocado de persona -sentenció el muchacho mirando al viejo temblar de miedo en el suelo agitándose y llorando-.

Vio como le salían las lágrimas al señor aquel pero le dio igual, cumplió con la orden de su hermano. Se le agarró a la pierna pidiendo compasión pero ya era demasiado tarde; un nuevo ser habitaba ahora en la mente de Cosow. El niño del que Dôrya se enamoró había muerto y nació algo nuevo; algo realmente aterrador que amenazaba con destruir a sus allegados poco a poco, incluyéndola a ella. Sí, también "ella" estaba incluida en las posibles causas de su nuevo carácter y sería una de las que pagara las consecuencias viviendo día a día, si conseguía escapar, la personalidad del chico al que quería -o eso hacía creer-. Volvió en sí y miró a aquel viejo, luego a la motosierra y lo último que pudo observar fue la muerte haciéndose carne en la de aquella persona, sus vísceras por el suelo, los pulmones luchaban por salir de la caja torácica, el hígado parecía dañado pero no por una herida externa, sino por una interna.

-Tendría algún problema con la bebida -pensó el muchacho-.

Arrancó la túnica y se la puso sobre sus hombros por si la necesitara. No llevaba nada más el hombre por debajo; estaba completamente desnudo. Cosow se ensañó con su cuerpo, comenzó a hacer cortes aquí y allá sin parar, le abrió la cabeza, cogió su cerebro y corazón que había dejado de latir hacía poco. Estaba hambriento y no sabía qué comer, así que recurrió al canibalismo. Oyó, años antes, que los órganos humanos no tienen nada tóxico, ni nada malo que pueda ocasionarle daños al comensal. Cuando ya no le quedaba hambre en el cuerpo del chico ni órganos en el del viejo cogió su cabeza y bebió la sangre movido por su sed.
Le dolía el estómago. Pensó que el hígado de aquel bebedor le podía haber causado alguna damnificación importante.

-¡Hijo de puta borracho, me has pegado algo! -gritó Cosow dándole patadas a su cara desfigurándola por completo dejando la nariz rota y ambos labios partidos, soltando la poca sangre que había dejado fluyendo por su cuerpo tras haberlo despellejado y bebido de sus venas-. Ahora sí, vamos allá.

Había cumplido su palabra: le arrancó sus pelotas por no apartarse.

Capítulo X (Parte II)

Pasó una angustiosa noche sin poder anestesiar su dolor -ni el físico ni el psicológico-. Pensaba continuamente en lo que pasaría allí dentro en los próximos segundos, minutos, horas, días, semanas sin Rashkolnikov con a su lado para poder hablar y contarle las cosas que estaba pasando allí encerrado -que aunque sea frío, solitario y no suela hablar con la gente, hace muchísima compañía cuando realmente se necesita a alguien-. Tampoco contaba con la presencia de Dôrya, la personas en la que tantas noches pensó hasta que por fin consiguió tenerla junto a él. Desde que estaban juntos ya no sentía lo mismo; es decir, ya no la quería, era como si después de haber conseguido obtener lo que quería quisiese desprenderse ya de ello.
-¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo pensar, decir?... -se preguntó Cosow a sí mismo-.
Se acurrucó bajo la mesa de la derecha, la que sostenía el objeto más contundente de aquella sala: la motosierra, y se acostó temblando por el frío, el miedo y el dolor de su pierna. Pensó en lo más sensato o precipitado, según el punto de vista de cada uno, que podía hacer en ese momento. Podía esperar tras la puerta a su carcelero con un arma en la mano; cualquiera podría pensar en eso sencillamente, pero hacerlo era diferente. Había que tener suficientes cojones para hacerlo, demasiados, y su edad no le proporcionaba mucha seguridad en sí mismo. Estaba seguro de que si su hermano estuviera allí en su lugar haría lo imposible para arrancarles las pelotas a cada uno de los que estuviesen implicados y hacérselas tragar hasta que las digiriesen. Pero él no. Él siempre fue mucho más tranquilo, más sensato y no hecho para esos actos. El pulso le temblaba y parecía estar sufriendo una crisis; así que se echó a dormir. Durmió toda la noche sin ningún incidente.
A la mañana -imaginó por la falta de orificios con los que comprobarlo- siguiente lo despertaron unos toques a la puerta. Entró un hombre algo más escuálido que Stren, mucho más que él, y con pintas de mayor intelectualidad. Vestía bien, olía bien y tenía una fragancia que lo perseguía allá donde fuera en la habitación; un pelo engominado, negro y escaso que acostumbraba a amoldar como un tic, era un poco más bajo que el muchacho. No iba solo; lo acompañaba, escondido tras en la entrada, el armario con nombre que, según dijo su aprehensor, sólo conocía el alemán.
-Sal, no tengas miedo.
Cosow no salió. Estaba totalmente gobernado por el miedo en ese instante y no se iba a entregar tan fácilmente a cualquiera.
-Stren, ven aquí.
-Hostia, que viene éste mejor salgo -pensó Cosow-.
-Así me gusta.
El hombre mandó con un gesto a su amigo retroceder y éste, asintió con la cabeza retirándose junto a la puerta.
-He venido a por mi respuesta. ¿Has pensado sobre la pregunta que te hizo mi compañero?
-No he podido, he estado muy entretenido jugando con los puzles -contestó rápidamente Cosow-.
-Valiente, muchacho. Muy valiente, dado que en cualquier momento podría mandar que te cortaran en trozos y te sirvieran sobre una bandeja en mi mesa como cena para mi familia.
Cosow no dijo nada, simplemente bajó la cabeza y cerró los ojos agarrándose la pierna procurando no producirse más daño. La herida la tenía infectada, llena de polvo y más mierda que había por esa mugrienta habitación.
-¿Quién te ha hecho eso, muchacho? -preguntó el hombre engominado-.
Continuó callado, sin mediar palabra.
-¡He dicho que ¿quién te ha hecho eso?! -repitió cogiendo un arma de la mesa y agachándose con intención de dañarlo.
-No lo sé, no lo sé -respondió tapándose con las manos Cosow-. Era un hombre que vino tras de Stren.
-Espera aquí, ahora vuelvo.
El muchacho, asustado, asintió y se tranquilizó poco a poco al ver que el hombre dejaba el cuchillo encima de la mesa con parsimonia. Recolocó su abrigo sobre sus hombros y mandó a su acompañante vigilarlo hasta que volviera. Se miraron ambos durante todo el tiempo que tardó aquel señor en volver sin pestañear. Cuando volvió a la sala con alguien arrastrado por el suelo pidiendo auxilio.
-Fue éste, ¿verdad?
-Sí, ¿por qué?
-Toma, haz lo que quieras con él; véngate.
Lo sentó en la silla y lo ató como estaba antes Cosow.
-Ahí tienes toda la indumentaria, instrumental… Yo esperaré hasta que su corazón termine por el suelo y sin saltar.
-No voy a matar a un hombre porque me haya hecho esto -dijo Cosow señalando al hombre en la silla-.
-Si no muere él morirás tú. Esto va así: de aquí solamente podemos salir vivas dos personas, uno de vosotros y yo. Tú decides quien quieres que sea ese "uno".
El muchacho quedó en silencio pensando, mirando a aquel pobre hombre llorando. No se le veía tan fuerte en ese momento.
-Para que sea más interesante voy a soltarlo y os voy a dar todo el edificio para luchar. Tenéis sobre las mesas las armas y bajo vuestros pies el campo de batalla. Caballeros, cuando queráis.
Cosow cogió rápidamente la motosierra que tanto le había gustado y huyó fuera de la habitación.
-Völe, mata a ese chico -le mandó el engominado-.
Se levantó de la silla con decisión, cogió unos cuantos cuchillos, los colocó en su pantalón y alicates y tenazas en sus bolsillos. El muchacho intentaba activar su arma pero no lo conseguía, no funcionaba a pesar de tener un aspecto de ser nueva. Subió las escaleras para salir de aquel sótano rápidamente, de dos en dos y de cuatro en cuatro si le cuadraba. Vio que había una puerta, al fondo del pasillo y se dirigió hacia ella pero, cómo no, estaba cerrada con llave. Tras de sí había unas escaleras con una alfombra roja desteñida por el paso del tiempo que subió hasta llegar a un gran pasillo, mucho más grande del que acababa de salir. Oyó una voz:
-Ven aquí, hijo. Ten cojones a salir de tu escondite y pelea como un jodido hombre.
Ni se inmutó. Estaba demasiado pendiente de escapar y encontrar lo que buscaba: una salida. Abrió una puerta y no había nada, literalmente nada; estaba desamueblada con las marcas de las paredes a medio pintar y el suelo con algunos cortes largos, realmente largos. Abrió otra puerta y vio un montón de muñecos; de repente, le vino a la cabeza la visión de la casa de los Borg, la habitación junto a las criaturas que lo habían atrapado. Su pupila abarcó por completo el espacio del ojo y atrapó toda la luz que pudiera haber a esas horas de la tarde en **** como un agujero negro. No se lo pensó más y entró.
Völe abrió la misma puerta que él mas no vio nada, solamente lo que Cosow observó hacía medio minuto. Entró y trató de encender la luz pero no había, estaban fundidos los plomos de todas las habitaciones, sólo se salvaban las bombillas de los pasillos.
-¿Dónde estás maldito hijo de perra? Atrévete a salir y verás como terminas. Vas a limpiar el suelo con tu lengua hasta que brille mi rostro manchado con la sangre de tus entrañas.
Cosow estaba detrás de la puerta, le cogió un cuchillo de detrás del pantalón, uno de carnicero que hirió al hombre con una pequeña laceración en la espalda sin querer. Cuando éste se dio la vuelta y observó la amenaza que se le presentaba tras su espalda e hizo ademán de sacar un arma y abalanzarse contra el muchacho pero, en cuanto le vio las intenciones el chico, ensartó el cuchillo del que se acababa de apropiar en el ojo derecho de su contrincante dejándolo tirado en el suelo retorciéndose de dolor y desangrándose por aquel nuevo orificio.
-¿Que me ibas a matar, hijo de puta? ¡Atrévete a si quiera intentarlo!
El chico le pegó una patada al cuchillo haciendo que se moviera en vertical agrandando la incisión en su globo ocular y lo abandonó en aquella lúgubre sala junto a un charco de sangre. Soltó la motosierra en el pasillo de la planta baja pensando que ya no le daría uso -y menos si no funcionaba-. Abrió la puerta del sótano y dijo:
-Ya está; creo que el resultado es evidente.
-Bravo, Cosow. Ahora dime: ¿te has sentido diferente matando a alguien que te ha herido?
-La verdad es que sí aún estando en contra de mis principios, pero en esta sociedad ¿quién los valora?
-Exacto. Esa es la actitud que debes tener. Ya es de noche así que puedes marcharte, has cumplido tu parte del trato y yo siempre me he caracterizado por una persona leal a su palabra.
-Muchas gracias -dijo Cosow dando la vuelta y dirigiéndose a la puerta-. Auf Wiedersehen, Stren.
-Auf Wiedersehen.
Cuando llegó a la puerta comprobó que la puerta continuaba cerrada y gritó:
-¡Esto está cerrado! ¿Cómo hago para salir?
-Yo te he dicho que podías marcharte, no que te iba a facilitar la huida.
Cosow miró escaleras arriba y se aventuró a subirlas en busca de salida dado que esa planta no tenía ninguna ventana ni nada por lo que salir.
-Allá vamos, la libertad, a unos peldaños de distancia.

viernes, 29 de octubre de 2010

Capítulo X (Parte I)

-Tu angustia será lenta y dolorosa. Cada segundo pasará como una eternidad aquí dentro. El mundo se convertirá en este cuarto y tu vida se reducirá a nada, al polvo que embellece cada metro de todo esto. Si no te gusta, te consumirá la angustia; y si te gusta, lo hará el masoquismo. En estas seis paredes forjarás nuevos recuerdos, aprenderás a sobrevivir a base de instinto humano y sobretodo: no intentes nunca huir; sería como suicidarse, créeme.
-¡¿Quién eres?! -preguntó alterado el muchacho-.
-Alguien a quien no le importa hacer sufrir a alguien para hacerle ver que en realidad ya lo hace sin saberlo.
Se fue y lo dejó solo en la habitación a merced de la soledad y la desesperación. Un nudo ataba su cuello y apretaba con fuerza sus ganas de vivir sumiéndolas en la nada. Lo único que lo mantenía pegado a la silla eran unos pobres nudos en las manos y piernas contra el respaldo y las patas. En cuanto hubo desecho esa triste prisión sobre sus extremidades se irguió y caminó un poco por la habitación en busca de respuestas. Fue palpando las herramientas, una a una observando sus grabados; todas con las iniciales A.S.K. en el filo o en la punta de cada una de ellas. Se abrió la puerta y apareció un hombre grande, casi el doble de alto y fuerte que Cosow pero su joven espíritu impertérrito le impidió acobardarse.
-Sitzen.
-¿Cómo has dicho?
-¡Sitzen!
-¡No le entiendo!
Lo levantó en peso y lo volvió a sentar sobre la silla con un gesto enfadado dibujado en la cara con desgana. Sus brazos eran el triple de grandes que los del chico, y las piernas otro tanto de lo mismo. Cruzó los brazos vigilando a Cosow sin perderlo de vista, sin parpadear hasta que oyó abrirse la puerta tras de sí, cuando se fue despidiéndose con un "Auf Wiedersehen!".
-Veo que has conocido a Stren, el hombre de la casa. Espero que no te haya hecho mucho daño; es alemán y solamente entiende su idioma, el de ninguno más.
-Sí, ha sido una buena relación de segundos; gracias por el interés -respondió con sorna Cosow-.
-¿Qué es la vida?
-¿Cómo?
-Que ¿qué es la vida? -repitió ese hombre misterioso-.
-No sé, ¿qué esperas que te responda?
Cerró los ojos durante un momento y sintió como se clavaban unas pinzas sobre su pierna derecha hasta atravesar la piel y quedar en pie por si solas apoyadas en el músculo. El dolor insufrible que estaba soportando el muchacho se acrecentaba con el paso de los segundos y se reflejaba en su rostro mutilado por las muecas de sufrimiento que sus sentimientos le obligaban a colocar en su cara en ese preciso instante.
-¡¿Qué haces?! -preguntó alterado en cuanto pudo recobrar la cordura que el dolor le había arrebatado-.
-Simplemente, ayudarte a entender la vida. Debes darme una respuesta para dentro de diez minutos. Cuando finalice ese lapso de tiempo volveré; y ya sabes qué ocurrirá si no obtengo lo que quiero, ¿verdad?
-Sí, lo sé.
-Está bien. Ahora, me voy; intenta pensar aún con el aliento de la muerte en tu nuca.

jueves, 28 de octubre de 2010

Capítulo IX (Parte II)

Al terminar las clases se vieron; fueron a la cafetería de la universidad ya que les venía de camino para salir de allí e ir a sendas casas.
-Entonces, ¿tú me quieres? -preguntó Dôrya-.
-SÍ.
-Júramelo.
-¿Por qué?
-Porque sí, quiero oír cómo me lo dices.
-Te lo juro.
-¿Qué me juras?
-Te juro que te quiero.
-Dame un beso, anda.
Se besaron y vieron que tras ellos acababan de sentarse sus amigas. Los miraron con recelo a ambos hasta que tuvieron que cesar aquellas miradas para posarlas sobre la camarera que iba a tomarles nota. La pareja se fue a casa tras una hora y media en el local. Estuvieron hablando todo el trayecto, sin parar; era diferente a lo que creyó Cosow que sería estar con alguien. Aquella tarde había quedado con Sorela para pasar la tarde por la ciudad y vio que a Dôrya no le hacía demasiada gracia, por lo que decidió quedar por la tarde con su novia y no con su amiga, darle alguna excusa. Por la tarde estuvieron en casa del muchacho, aprovechando que su hermano había salido. Cosow le sugirió buscar el libro que Rashkolnikov protegía constantemente. Ella aceptó movida por la intriga.
-¿Lo encontraste, cariño? -preguntó ella-.
El se quedó con una cara de ignorancia y negó con la cabeza.
-Dejémoslo, chico. No vamos a encontrar algo que tu hermano ha escondido. Seguramente se lo haya llevado deduciendo que vendrías aquí con la intención de encontrarlo.
-Puede…
-Venga, vamos a ver una película abrazados.
Cosow estaba bastante agobiado. Los exámenes no le quitaban el sueño, ni lo perturbaban. Lo que lo dejaba perplejo era el cariño que se había sacado de la manga en tan pocos días esa chica que conoció por coincidencia; por pasar en ese momento por esa calle. Ella confundía su amor con lo que él sentía. Eran muy diferentes. Dôrya lo imaginaba como su chico, su chico para toda la vida; mientras que él la veía como una más, pero bueno al fin y al cabo ¿qué más da, no? Si ella es feliz en esas condiciones también lo será Cosow. Él, con las manos en los bolsillos; ella, con sus brazos rodeando a su chico.
Al dejar en su casa a su novia Cosow, se fue corriendo a casa por la noche. Tropezó. Más bien le hicieron caer. Cuando despertó vio todo a oscuras. El mundo se le tornó rojo sangre y negro entrañas; unos colores que nunca antes había visto, ni en sus pesadillas. Vio a una persona de espaldas junto a un sonido metálico que se fue, con parsimonia, hacia la puerta. Encendió la luz y observó de lo que se veía rodeado en aquella habitación. Su vista alcanzaba a ver tijeras, alicates, ganchos, alambres de espino, tuercas, taladros, tenazas, motosierras, cuchillos de diversos tamaños, knuts… todo sobre una gran mesa a ambos lados de la estancia. Comenzó a gritar y alguien por detrás lo mandó callar, muy bajo, casi susurrando. Cuando se cayó, sintió por detrás un golpe en la nuca y descendió su cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos vio a esa persona mirándolo fijamente. Una voz desde fuera de la habitación le mandó cosas en un idioma que él desconocía; la lengua que su hermano inventó junto a Rohn. Le dijo aquel hombre:
"La música, algo querido por unos y amado por otros. Un espejo y una puerta hacia nuestras emociones. Acelera tu respiración en unos momentos y es capaz de ponerte el pelo de punta más rapida y eficazmente que cualquier otra cosa. Es la compañera que expulsa a la soledad. Un lugar donde refugiarse día y noche sea la hora que sea, cuando sea y con quien sea.
La música es capaz de hacerte sentir sensaciones que hasta el momento no habrías pensado nunca que existían.
Puede entristecerte, alegrarte, producirte nostalgia, recordar esos tiempos pasados que muchos de los cuales se recuerdan con una visión realmente borrosa por las influencias de la sociedad actual. O incluso puede producirte la propia felicidad; esa tan deseada por todos y evitada por otras al no saber cómo acabaría todo.
Una simple nota puede provocar miles de sensaciones, así que imagina unos segundos o incluso una canción; sentiríamos una aglomeración de sentimientos, los cuales no seríamos capaces de ordenar por muy inteligentes que seamos. El sentir cada una de ellas es simplemente vivir la música. El haberla tenido ahí siempre que la has necesitado, como una amiga o amigo que siempre te apoya y hace lo que sea por animarte.
Cuando no se haya a alguien que responda a tu llamada en el mundo, se busca apoyo en la música, que tantísimas veces acaba haciendo de almohada y pasaje al mundo de los sueños. Con la música, busco libertad en toda esta ciencia, busco la razón y el sentido de mi existencia.
El MP3 es mi corazón, por lo que llevo todas las canciones que expresan lo que siento en un momento en él, los altavoces, muchas veces en mi vida lo que marca el ritmo: la percusión, el bombo y caja, como se le quiera llamar. Y el día a día mi melodía, que en cada anochecer se esconde para dar cabida en mi cabeza a mis pensamientos, hasta que amanece por la y me despierta con una suave armonía entre la mente y mi cuerpo elevada al alba con un sólo sonido, el del viento al golpear contra mi ventana."
-¿Recuerdas eso, pequeño amigo?
-¿Qué dices?
-Lo escribiste al cumplir dieciséis años, cuando todo había terminado para ti; cuando nadie estaba contigo y te refugiabas tras una nota musical.
-No lo recuerdo, de verdad.
-Lo recordarás. Te aseguro que lo recordarás.
Otro golpe noqueó a Cosow hasta unas horas después, bien cernida la noche.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Capítulo IX (Parte I)

A la hora a la que se despertó ya no merecía la pena volver al sueño. Los ojos le brillaban como nunca, la saliva se acumulaba en grandes cantidades en el interior de su boca. No oía nada; casi nada. Conseguía escucharse a sí mismo y poco más. Cuando era la hora de levantarse, antes de que el despertador sonase, lo tiró. Estaba frustrado, enfadado y agobiado por él mismo. El golpe despertó a Rodka y éste fue a ver lo que ocurría.
-¿Qué ha pasado, Cosow?
-Nada, soñé con mamá y papá.
Su hermano quedó helado. Muerte asomaba por su boca rompiendo su silencio. Su mirada era hielo a más del cero absoluto.
-Y ¿qué pasaba en él?
-Pues que estábamos en casa y cuando era de noche…
-Para, prefiero no saberlo -interrumpió Rashkolnikov-.
-Pero necesito contártelo.
-A mí no me importa qué necesites; sabes que miro por mí y basta. Por ti en contadas ocasiones, y ésta no es una de ellas.
Cosow se fue a duchar. Cuando hubo terminado cogió la mochila y se fue a clase quince minutos antes de lo habitual. Al llegar a la Fölthram se sentó bajo la sombra del gran árbol que destacaba en el campus donde Dôrya estudiaba y escribió un minúsculo poema.
-¡Hola! -dijo la muchacha con alegría-, ¿recibiste el mensaje?
-¿Qué mensaje?
-Ah, pues nada. Era el que te decía que te quiero.
-Y ¿lo dices así, tan tranquila?
-Sí, claro ¿por qué no?
-La gente, yo al menos, no suele ser tan desvergonzada por llamarlo de alguna manera.
-Pues ni idea, Cosow. ¿Tú qué opinas de todo esto?
-Toma.
Le dio el folio de lo que había escrito y ella lo leyó en voz baja.
"Ella vive entre mis sueños,
entre parajes del que yo soy dueño,
contempla todas sus calles,
mientras descubre todos sus detalles.

Es inútil alejarla,
toda mi imaginación: lo que abarca,
entre suspiros despierto,
de repente todo se hace incierto.
Tenso el nudo de la parca,
en mi garganta cuando oye que mis,
emociones en su cuello.
se enrevesan se nublan; se atragantan.
¿Mi vida estará acabando?
Lo que implica una muerte de mi mente,
lo que implica un esfuerzo algo temprano,
¿Mis cicatrices sanando?
¿Cómo puede ser posible?
Mente hacia un agujero se dirige,
mente pretende lograr lo imposible,
¿Cómo puede ser posible?
Mi bebida preferida: tu boca,
Mi bebida descoloca."

-¿No eras tú quien decía que no era así?
-Digo demasiadas cosas, así que prefiero actuar.
La besó con tanta o más intensidad que en el sueño. El tiempo no se paró sino que murió; los relojes explotaron. El mundo era para ellos. Al separarse llegaron sus amigas y los vieron de la mano mirándose sonriendo.
-Te lo dije; te dije que terminarían juntos -le dijo Fröde a Sorela-.
-Ya veo. No entiendo cómo puede tener ella novio y yo no, si es poquísima cosa -susurró Sorela-.
-Eso son cosas suyas -respondió Fröde-.
-Felicidades -anunció Tresâh-.
Se fueron todas ellas dejándolos a ellos solos. Cosow ya sospechaba algo: eso terminaría mal y pronto. Demasiado pronto como para disfrutarlo todo lo que él querría.
-Me voy a clase -dijo Cosow-.
-Vale, ¿luego nos vemos?
-Está bien, paso por aquí a buscarte.
Cuando estaba cada uno en una punta del campus se oyó:
-¡Cosow!
La miró.
-¡Te quiero! -dijo ella sonriendo-.
Él le devolvió el gesto y las mismas palabras perdiéndose entre los estudiantes de aquella universidad.

lunes, 25 de octubre de 2010

Capítulo VIII (Parte III)

Lo reconoció porque tenía el pico torcido hacia la derecha como por un golpe. Salió de la cama, abrió la puerta y corrió pasillo hacia delante buscando la habitación de sus padres. La casa se hacía cada vez más pequeña y no encontraba el momento de llegar a su habitación, abrir la puerta y encontrarse a sus padres con los brazos abiertos a recibirlo y devolverlo al mundo real, pero una situación terrorífica se le apareció: sus padres estaban siendo devorados por cuervos y cosas que parecían marionetas manchadas de la sangre de sus progenitores. Los mismos seres que habitaban la casa de los Borg. Nunca podría olvidar esa visión.
Las supuestas marionetas se giraron y se movieron lentamente hacia el muchacho mientras por el otro lado volaban los primeros cuervos. Los esquivó escaleras abajo hasta llegar a la cocina y coger un cuchillo con el que defenderse de sus agresores. Estaba sangrando, tenía una pequeña herida a la altura del estómago que le impedía correr con extrema agilidad. Se apoyó en un cajón de la cocina escondido entre alacenas cuando se quedó dormido. No soñaba nada. No pensaba en nada. No sentía nada. Absolutamente nada. Pero le extrañó y sobresaltado se despertó viendo como era presa de las garras de los seres malignos que habitaban esa casa en ese momento. Pensando que sufriría menos si se cortaba el cuello con el cuchillo de su mano se lo llevó a la garganta y cuando iba a hacerlo apareció el primer cuervo, el que un puñetazo suyo alcanzó. Estaba sangrando el pequeño animal y mientras se acercaba al muchacho cojeaba por culpa del mismo. Abrió la boca y de nuevo se escuchó la voz de un hombre pidiendo ayuda, cayendo en la cuenta de quién era reconoció la voz de su padre con los gemidos de su madre de fondo, pero esta vez no sólo decía eso, sino que añadió: "Cosow, ¡ayúdanos por favor!".
En ese momento comprendió todo: la bandada de pájaros que lo atacaban a él y a sus padres eran enemigos y el cuervo que lo visitó al principio quería advertirlo para poder salvar a sus progenitores pero él lo que hizo fue rechazar la ayuda del ave, así que cuando el cuervo cerró la boca, pasaron exactamente cinco segundos de tensión aun mayor que la anterior. Lo sabía por el reloj de la cocina. Al finalizar esos segundos, una de las marionetas le dio un puñetazo a su mano quitándole el cuchillo y el cuervo se lanzó hacia el ojo del muchacho arrebatándoselo dejando que el Cosow se retorciera de dolor entre los seres de la cocina. Cuando se dio volvió en sí, los cuervos empezaron a devorarlo y las marionetas a demacrarlo de forma que no se notaba que fuera el mismo chico de siempre. Despertó.

Los sueños que vivían en su mente lo perturbaban cada día más.

Capítulo VIII (Parte II)

Su infancia murió. En ese momento de recuerdos no sabía qué pensar. Sintió que si le podía gustar a alguien es que algo hacía mal. Siempre había sido un rebelde, un cismático profesional; alguien que le importaba más bien poco ser expulsado de una clase social, grupo de gente o lugar. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando volvió a leer el mensaje de Dôrya. Lo contestó y consiguió conciliar el sueño antes de apagar el móvil y poner el despertador.
Despertó sobresaltado, como si de una pesadilla hubiera salido. Despertó sobresaltado, como si una pesadilla hubiese tenido, pero no. No recordaba nada de lo que había soñado así que se dispuso a dormir de nuevo.
El sonido del viento al golpear a los árboles agitaba cada vez más su imaginación deseosa de crear. Crear un paraje donde refugiarse durante esa tormenta. Estaba él en su cama cuando de repente vio a un cuervo posarse sobre la cornisa de su ventana y sin darle mayor importancia le dio la espalda y se durmió con la mirada puesta en el interior de sus párpados. No pudo dormir así que cogió su reproductor de música y puso la melodía que lo perseguiría desde aquel día; se quedó atónito observando al cuervo, majestuoso sobre la madera de la ventana dando graznidos combatiendo con los aullidos de los lobos de la colina y los ladridos del perro. Sintió que cogía de nuevo el sueño y sin dudarlo apagó rápidamente el reproductor y se acomodó para viajar al mundo de los sueños. Seguía sin poder dormir. Frustrado, se levantó de la cama y se puso a revolver los cajones de la habitación hasta encontrar algo con lo que entretenerse.
Una pequeña catapulta hecha a base de un bolígrafo, una goma y sus dedos. Con varias hojas de papel jugó hasta llenar el suelo de bolas. Cuando no le quedaron más bolas y la pereza de tener que recogerlas se apoderó de su cuerpo pensó en lanzar unas piedras que había cogido el día anterior en la plaza. Las lanzó y chocaron contra la ventana dejando pasar los ensordecedores sonidos y al ave. Se posó sobre la cama mirando fijamente a los ojos del muchacho, inmóvil, sentado en el suelo con miedo a levantarse y siendo presa de su ira dejó pasar unos minutos que parecieron eternidad.
Iba a levantarse cuando abrió las alas hasta alcanzar el doble de su propio tamaño, alzó el vuelo y fue volando hacia el quedando erguido a los pies del muchacho. Eran las cuatro de la mañana. Se armó de valor y corrió en dirección al armario a su derecha siendo seguido por el cuervo. Le ordenó que se marchara con la vana esperanza de que obedeciera pero no resultó satisfactorio, así que intentó espantarlo simulando que se lanzaba hacia él.
Miraba al chico impasible, sin quitar la mirada de su rostro y observar su alrededor,  su habitación. Empezó a crearse una tensión enorme entre ellos; como dos conocidos que no saben sobre lo que hablar, cuando sonó una dulce melodía en el tocadiscos antiguo que no funcionaba hacía años. Asombrado, olvidó la presencia del cuervo y se concentró en averiguar el porqué funcionaba tan viejo aparato. No había disco aunque la base se movía, lentamente, pero se movía. Hasta que se percató de que la música no salía del tocadiscos, sino de la boca del pájaro, lo que lo asombró aun más.
Al cerrar la boca el cuervo cesaron de salir las notas mágicas con las que me dormía todos los días de pequeño y una voz humana salía de su boca, decía "sálvame", lo gritaba como si careciese de fuerzas debido a una estancia prolongada en un lugar sin víveres. El chico retrocedió hasta caer al suelo de la emoción y ver, sin poder impedirlo, el avance del cuervo lentamente; veía como recorría su pierna hasta posarse en su estómago y volver a soltar tales palabras.
Se levantó de un salto y se llevó las manos a las orejas con el fin de evitar la entrada de esos sonidos en su cabeza aunque inútiles actos sólo lo llevaron a sentir un molesto dolor en las sienes debido a la presión sobre ellas. El cuervo voló hacia un extremo de la cama, un adorno en forma de bola en el cual se posó sin decir palabra. Pensando que no diría nada más y confiando en que todo fuera una pesadilla de la que despertaría con la mayor brevedad posible se arropó ignorando al ave.
El ave voló hacia la ventana como ofendido en vista de la poca atención hacia él. Cosow intentaba despertar pero no podía. No podía quitarse la cabeza esas súplicas y gemidos que se oían de fondo entre las palabras de socorro que acababa de escuchar. No despertaba y totalmente desvelado puso la almohada sobre su cara hallando oscuridad hasta que segundos después de tal acto echó el objeto hacia un lado, abrió los ojos y lo que vio fue una bandada de pájaros revoloteando sobre su cabeza. Él gritaba pero no veía ninguna ayuda. Impidiendo como podía los picotazos, agredió a uno de ellos, el que lo visitó hace un momento.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Capítulo VIII (Parte I)

No podía dormir. Era una sensación extraña, nunca antes experimentada. ¿O sí? Cosow era muy callado respecto a sus intimidades; y más tratándose de amor, o eso creía que era. Profundizar en su mente es introducirse de lleno en una oscuridad infinita. No podía compararse con la de su hermano, algo insalvable a estas alturas. Recordó una historia que le contó Rodka años atrás:
"Sólo una persona había intentado comprender el cerebro de ese filósofo y no acabó muy bien; ahora está en el Goròd, un centro de salud mental, desde hace cinco años, al comenzar la carrera de Filosofía. El profesor, un hombre joven aparentemente, fuerte, optimista, terminó ebrio de locura cuando intentó discutir en clase con Rashkolnikov un tema filosófico. El maestro impartía clase hacía quince años y nunca tuvo ningún problema con nada ni nadie.
Un día, Rodka preguntó una palabra mal escrita en el encerad: mayéutica.
-Aprovechemos este inciso para hacerlo -dijo Mart, el profesor-.
Todos soltaron el bolígrafo al unísono sobre sus pupitres menos Rashkolnikov que estaba terminando de copiar una frase.
-¿Qué sabéis? -preguntó Mart-.
-Nada -respondieron todos a la vez-.
-Lo que aprendo -se oyó en la tercera fila-.
-¿Quién dijo eso?
Rodka levantó la mano.
-¿A qué te refieres? Explícate.
-Yo sé lo que aprendo, no "nada". Sé, también, que la frase no es literal; todos sabemos algo, pero me parece una muestra excesiva de modestia que no estoy dispuesto a compartir.
-¿Qué piensas que es la vida, joven?
-Muerte. Experiencias vacías al fin y al cabo; porque ¿qué importa acumularlas si algún día no te servirán de nada?
-Para vivir y aprender, por ejemplo. Sentirse vivo, lo que debe buscar cualquier ser viviente.
-¿Para qué quiero vivir?
-Para aprovechar tu vida.
-No quiero una vida -respondió tajante Rodka-.
-Suicídate, pues.
-¿Por qué?
-Si no te gusta algo, te distancias de eso.
-Si no me gusta un sentimiento ¿lo alejo? ¿Cómo se hace eso?
-No puedes; es diferente un sentimiento de una opinión o un punto de vista.
-Una opinión genera un sentimiento y un sentimiento determina un punto de vista; ambas son igual de complejas.
-El profesor calló y todos miraron al muchacho.
-Sigamos con la clase -dijo Mart-.
Los días siguientes fueron casi iguales: cada clase el profesor traía un nuevo tema que debatir con él y, cada vez, era más corto que el anterior el tiempo que tardaba Rashkolnikov en desmontar su teoría. Mart  tenía que irse a casa tras cada charla con el joven y meterse en cama con todo apagado y cerrado hasta el punto de no poder levantarse de la cama y deber ir al médico. Le aconsejaron reposo y recetaron medicación, en vano. A los pocos meses, Rodka se enteró de que su profesor había ingresado en el Goròd y fue a visitarlo, pero en cuanto Mart lo vio se le abrieron los ojos como platos y se dio la vuelta, asustado. Llevaba una camisa de fuerza sucia, decolorada e iba descalzo. Tenía vaivenes acurrucado, tumbado en el suelo en posición fetal todos los días, mas en este, gritó. Aullaba palabras sin sentido, sacadas de la imaginación: " txo, txo…".

martes, 19 de octubre de 2010

Capítulo VII (Parte III)

Dôrya despertó, con una llamada, a su amigo; tenía el bolígrafo en la mano y los versos que acababa de escribir plasmados en el lado izquierdo de la cara

-¿Si?
-Hola, ¿te desperté? ¿Estabas durmiendo?
-No mujer, no… Bueno, sí, me despertaste.
-¡Lo siento! -dijo ella disimulando una sonrisa--. ¡Pero si sólo son las 17:00!
-Pues ya ves. ¿Qué quieres, niña?
-Preguntarte si querrías bajar con nosotras.
Cosow quedó en silencio con los ojos cerrados y unos indicios de un dolor de cabeza cada vez más grandes.
-De acuerdo, ¿a qué hora?
-Ahora.
-Pff…, pues espera que me vista.
-¡¿Estás desnudo?!
-Algo.

El muchacho colgó y se echó las manos a la cabeza intentando paliar el dolor con golpes en ella que lo único que hacían era agravar su estado. Se levantó, cogió las llaves y se fue a cada de su amiga. Por supuesto, no estaba desnudo, pero su naturaleza le hizo decir aquello. Timbró en la casa y escuchó que bajarían en seguida. Fueron apareciendo una tras otra bajando la escalera de mármol que se veía tras el oscuro cristal del portal blanco. Todas lo saludaron y él, lo propio; comenzaron a hablar con él preguntándole cosas dejando a Dôrya alejada del grupo. Él se dio cuenta de lo que le ocurría y la integró en la conversación:

-Así que tenías mi inicial en tu carpeta, ¿eh?
-¿Yo? ¡Qué va! Era de otra persona.
-Ya…
-Cosow, que no te engañe -dijo Sorela guiándole un ojo-; nosotras lo sabemos todo.

Él la miró y fue apreciando como, poco a poco, se ponía más y más colorada. Él sabía que no era una chica sentimental, emocional ni juerguista; le encantaba. Apenas se relacionaba y no expresaba muy frecuentemente sus sentimientos; además, estaba soltera, por lo que Cosow le dijo que se acercara para contarle una cosa. Se callaron todas y quedaron expectantes esperando lo que haría él. Dorya se acercó, con naturalidad y puso su oreja.

-Me encantas -le susurró al oído el muchacho-.

Se apartó de su oreja y durante un segundo el tiempo se paró. Ella estaba paralizada. Era su primer beso y presentía que la primera de las muchas cosas que haría con él durante mucho tiempo; todo el tiempo del que dispusiera su reloj de arena. Ambas pupilas se dilataron hasta cubrir todo el espacio que la naturaleza le permitía. Dôrya sintió un escalofrío en cuando se apartaron. Los dos tardaron en abrir los ojos aún después de separarse. Una sensación incómoda y placentera a la vez recorría, como descargas eléctricas, sus cuerpos a la velocidad de la luz.
Se la llevó fuera del Pulce, fuera de la mesa y fuera del campo de visión y escucha de sus amigas.

-¿Lo has entendido?
-Por supuesto. ¿Sabes qué?
-¿Qué?
-Sí que eres quien produce mis cosquilleos de barriga.
-Me alegro. A ver si consigo serlo durante algún tiempo.
-Lo serás. Durante toda la vida.
-Lo dudo, pero agradezco esa confianza.
-Bueno, ¿volvemos con ellas?
-¿Y si nos vamos a la Koshya?
-De acuerdo; vayamos a la plaza, pues.

Cuando hubieron llegado al lugar se sentaron en un banco y se volvieron a besar. En cuanto juntaron los labios se cernió la oscuridad sobre el ambiente y no se vio nada. Oscuridad reinaba.
Cosow apareció sobre su escritorio con el bolígrafo en el suelo y las hojas a medio romper. Despertó y miró el reloj observando lo tarde que era ya para haber dormido desde que cogió el sueño. Eran las 23:23 del 27 de marzo según ponía su despertador. Y pensó que había sido un sueño más bien fantástico, inclasificable… pero ilusorio. Se desvanecieron sus ganas de hacer nada al comprobar que todo lo que había tenido en el sueño lo había perdido. Recibió un mensaje de Dôrya: "Te quiero". El joven, agobiado por los sentimientos y la confusión, se tiró sobre la cama y se dispuso a dormir hasta el día siguiente sin contestar el mensaje. Ya contestaría más tarde, o mañana, si se daba el caso.
Últimamente los sueños estaban perturbando la tranquilidad de Cosow; y eso no es bueno, ni para él ni para nadie.

lunes, 18 de octubre de 2010

Capítulo VII (Parte II)

En el despertar del día siguiente Cosow había olvidado por completo lo sucedido la noche anterior en cuanto a su hermano. Se duchó, desayunó… su ritual matutino aunque con una excepción: justo antes de irse recordó lo que tenía que hablar con Rodka pero no le daba tiempo. Por lo visto, había quedado con Dôrya el día anterior para ir a clase juntos -algo que él no recordaba-, pero por no romper su palabra la fue a recoger a su casa. Vivía en la calle Khràl y atajaban atravesando la plaza de la ciudad hasta llegar al campus, con lo que se ahorraban unos cinco minutos de camino.
-Buenos días, Cosow -dijo Dôrya con una sonrisa-.
-Boungiorno, principessa.
Ella echó a reír diciendo que había visto esa película justamente el día anterior, mientras estudiaba. Él le respondió que ya lo sabía, que por eso lo había dicho y su amiga se le quedó mirando hasta que preguntó:
-¿Me espías, acaso?
-Sólo de vez en cuando; en las noches que me aburro y te invento.
Se puso colorada y repitió la pregunta -se notaba que no era una chica hecha para los piropos-.
-Entonces ¿me espías o no?
-No, no te espío.
-¿Cómo supiste, pues, que había visto esa película?
-Llámalo deducción.
-¿De dónde lo has deducido?
-Secreto.
Ambos fueron andando sin mediar palabra entre el frío que
hacía, la condensada niebla que no permitía ver ni tus pies y la oscuridad que reinaba en aquella ciudad especialmente aquel miércoles. Al llegar vieron que estaban esperando, junto a la entrada de la Fölthram, Tresâh y Sorela.
-Falta Fröde. ¿Dónde la habéis dejado? -preguntó el muchacho-.
-Está en casa; se encontraba mal -respondió Tresâh a desganas-.
-Bien. Pues hasta luego, ¿no?
-Sí -respondió Dôrya-.
Cuando se habían alejado, la chica se quedó parada con la cabeza mirando al suelo y sus dos manos agarrando la carpeta que contenía todos los apuntes del curso. Se colocó el pelo tras la oreja y miró de reojo como se alejaba poco a poco Cosow dejando salir una sonrisa que no pasó desapercibida ante las amigas, que echaron a reír.
-Así que C., ¿no? -preguntó con recochineo Sorela-. Por eso esa letra tan especial dentro del portafolios…
-No digas tonterías. Simplemente me parece… atrayente. No hay otra palabra para definir a ese chico.
-Sí la hay: encantador, listo, agradable, culto, gracioso, imaginativo, soñador, poeta, misterioso, extravagante, ingenioso… eso en cuanto a los calificativos positivos. Los negativos son más extraños pero aún más atrayentes como misántropo, egoísta, hipócrita, cismático, borde… -intervino Tresâh-.
-¿Todo eso piensas del?
-No. Es lo que piensan sus compañeros de clase. Dicen que nunca habla con nadie, se recluye en su mundo toda la clase y no cuenta nada a nadie.
-¡Tonterías! Seguro que es uno de los más populares en su clase.
Sonó un tenue timbre y comenzaron a correr hacia sendas aulas. Cuando llegaron a sus clases, Dôrya se dio cuenta de que no tenía el móvil. Palpó sus bolsillos veces y veces en busca de aquel teléfono pero no lo encontró por ninguna parte. Cosow recibió un mensaje en clase de Bioquímica Molecular con números de teléfono; cada uno con sus respectivos dueños: uno de Sorela, otro de Tresâh -de quien provenía el mensaje- y el otro de Fröde. Ponía: "para cuando quieras quedar con nosotras y no tengas a Dôrya de intermediaria". Cosow ignoró el mensaje y siguió soñando en su mundo mirando el viejo sauce que se podía vislumbrar a través de la ventana. Era enorme. Allí solía pasar buenos tiempos con una persona hace algunos años, aunque ya pasaran esos momentos de felicidad.
Al terminar la clase fue a la siguiente y a la siguiente, y así hasta que terminaron todas. Fue corriendo a casa embriagado de nostalgia por aquel absurdo árbol con una gran y feliz historia que ni su hermano conocía. Llegó a casa y comenzó a escribir unos versos:
"La nostalgia vence en mi cuerpo constantemente,
La melancolía se cierne sobre mi mente,
La muerte me amenaza con descender en breves,
Yo, como de costumbre, la ignoro pues me debe,
Una vida longeva, vida completa y feliz,
La felicidad, de siempre, ha sido buena actriz,
Pensar tanto en negativo comienza a aburrir,
Así que, con permiso, me dispongo a dormir."

domingo, 17 de octubre de 2010

Capítulo VII (Parte I)

Algo comenzaba a alimentar la pasión perdida de Cosow por las novelas de finales felices. Típicas para los niños pequeños con esperanzas de que todo es posible y que el amor dura para siempre. El chico hacía tiempo que había abandonado la idea de enamorarse; y de que alguien se enamorara de él, aún más. No es porque no fuera guapo, ni mucho menos, tenía un encanto especial que se resumía simplemente en una palabra: atracción.
Su manera de ser, comportarse, pensar, razonar… lo diferenciaba mucho de las demás personas; no pensaba en salir, pasárselo bien sin cavilar sobre las consecuencias, sino en que lo que hiciera fuera productivo, solamente para él. Su filosofía era diferente a cualquier otro personaje de los libros de su hermano como Kant, Nietzsche, Aristóteles, Platón, Sócrates…
Atraía a la gente, él se burlaba de ellas a cada momento, por la mínima situación embarazosa, la agravaba pero parecía no afectarle a nadie; es decir, se enfadaban pero no podían estar absolutamente nada de tiempo sin su compañía. Es, simplemente, atracción. Actúa como un agujero negro que no deja escapar nada a su alcance voluntaria o involunariamente.
Se despertó a la mañana siguiente con un mensaje de Dôrya en el móvil: "¿Vienes a mi casa en 30 minutos para ir a clase juntos?". Lo leyó y se volvió a dormir. Despertó con una llamada de la misma metiéndole prisa:
-Que, ¿vienes o no?
-¿He dicho que fuera a ir? No, ¿verdad? Pues ya está.
Colgó.
El sueño lo valoraba de una manera sobrehumana; era el único momento del día en el que podía sentirse Dios. Sentía que todo surgía de sus pensamientos y así era. Se despertó, de nuevo, con el sonido del despertador agudo que fue lanzado, como de costumbre, contra la pared que ya perdía su color a cada día que pasaba. Esta vez no tuvo problemas de tiempo ni prisas; es más, llegó más temprano de lo habitual a clase sin ningún incidente.
-Coged estos apuntes. Serán los únicos que ponga en este curso sobre la pizarra.
Todos, al unísono, comenzaron a mover sus bolígrafos de colores para organizarse mejor y copiaron. Cosow esperó, mirando por la ventana recostado en su silla, a que terminara de escribir sobre ella. El profesor terminó.
-Profe, ¿podría decirme que pone justo ahí? -preguntó Cosow señalando una palabra que apenas se leía-.
Rápido, en cuanto el maestro se dio la vuelta para preguntar "¿dónde?" sacó el móvil y le hizo una foto a la pizarra ahorrándose el cansado trabajo de copiar al momento con prisas.
-Ah, nada, ya lo entiendo; perdone.
Miró al alumno y asintió con la cabeza. Al terminar la clase, Cosow se fue del colegio; necesitaba alejarse de aquel ambiente y fue a la zona donde estudiaba su amiga Dôrya a visitarla. La vio, apoyado en un gran árbol, conversando con sus amigas. Él iba con una camisa azul y blanca con una camiseta negra con dibujos blancos por debajo más unos vaqueros y unas Converse negras. Le llamó la atención unas cosas escritas en la carpeta de la muchacha. Era exactamente la poesía que le había recitado el día anterior, pero sólo la parte de "Soy la intriga intrigante que intriga a la propia intriga, soy el que produce tus cosquilleos de barriga". Sonrió y se fue con las manos en los bolsillos y la mueca, persistente, en su cara.
-¡Cosow!
Se giró, con la sonrisa aun colocada en la cara, y le guiñó un ojo con intención de saludar por pereza a sacar las manos de los bolsillos. Le hizo una señal para que se acercara a ella y a sus amigas, él la aceptó y liberó las manos de su prisión.
-Chicas, éste es Cosow, un amigo mío.
-Hola a todas -dijo con una falsa risa-.
-Boungiorno, ¿come va? -preguntó una chica rubita y alta-.
-Tutto bene, grazie -respondió, ágil, el muchacho-, e ¿tu?
-Anche, grazie.
-Prego.
Las chicas comenzaron a cuchichear entre ellas y Dôrya se animó a hablarle:
-¿Cómo es que no estás en clase?
-No me interesa esa clase, y ¿tú?
-No tengo ahora; ¿quieres ir a tomar algo?
-Como quieras.
Les explicaron el plan a sus amigas y se apuntaron, cuando nadie las había invitado a ir con ellos. Llegaron a la cafetería, a unos pocos metros de allí, y comenzaron a hablar. Sus amigas no dejaban de hablar en bajito mientras lo señalaban de vez en cuando entre risas. Cosow captaba alguna mirada y se reía, cabizbajo.
-Bueno, creo que te voy a presentar a todas, porque están que no pueden más.
El muchacho asintió.
-Ésta es Fröde. La morena se llama Tresâ; y la rubia que te habló antes en italiano se llama Sorela.
-Encantado -dijo a todas excepto a la última-. Miró a Sorela y le dijo "mi piace".
-Mucho tardaste, ¿no? -preguntó burlona ella-.
-Iba a decírtelo en ruso, pero no me acuerdo de cómo se decía.
-¿Sabes ruso?
-Y más idiomas, pero pensé que sería el que menos entenderías.
Todas se quedaron mirándolo y haciéndole preguntas de todo tipo, dejando de lado a Dôrya. "Juguete nuevo" pensó ella. A la hora o así de estar allí decidieron irse a las clases que les tocaban y se despidieron. Al llegar a casa, el chico, vio a su hermano leyendo el libro de nuevo pero en cuanto vio que se cerraba la puerta y los ojos de su hermano, acechantes, observaban con deseo aquel libro lo escondió y se fue a su cuarto. Cosow pasó una tarde aburrida, pensando en qué hacer sin surgir nada, cuando sonó el teléfono.
-¿Quieres ir a dar una vuelta con nosotras? -preguntó Dôrya-.
-No, no me apetece.
-Como quieras. Si cambias de opinión me llamas al móvil.
Colgaron y éste se fue a su habitación a dormir. Su ritual de cada día y de cada noche.
Un ruido proveniente de la habitación de su hermano lo despertó de madrugada. Se asombró por el tiempo que había dormido desde las 19:00 que lo llamaron. Miró por el pequeño espacio entre la puerta y la pared y vio a su hermano dando vueltas y tirando las cosas al suelo con rabia. No se atrevió a decirle nada; así que se volvió a la cama con la intención de preguntarle al día siguiente, con mejor humor.