domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo XVI (Parte I)

-Es algo viejo, ¿no? -preguntó Dôrya refiriéndose al tocadiscos-.
-Sí, bastante; pero son los mejores, los que producen un sonido oscuro, duro y apenas tangible.
-Ah, ¿sí? Entonces te hartarías de escuchar todas las tonterías que me han ido regalando mis padres a lo largo de mis cumpleaños para oír.
-¿Por qué? ¿Qué te regalaron?
-¡Vinilos de gente muerta que aburre a más no poder! Son todos una tontería, ¿verdad?
-Ni de coña. Lo mejor que se ha hecho es lo que aún perdura, para bien y para mal.
-¿Así que te gusta Mozart, Beethoven y esos compositores de música clásica?
-En efecto, el que más: Haydn.
-¿Por qué?
-No lo sé, su música produce unas imágenes en mi cabeza que pocos más alcanzan.
Dôrya agachó la cabeza y salió de la habitación dejando a Cosow fascinado por el objeto del que habían estado hablando. Posó su dedo índice sobre el disco que estaba en la base y comenzó a darle vueltas poco a poco diciendo:
-Todo es un sueño; el mundo no gira.
Los sucesos que estaba experimentando aquellos días habían hecho mella en su cerebro perturbándolo hasta unos límites inimaginables y, sobre todo, intrigantes. Si antes era emocionante hablar con él por su forma de pensar, las contestaciones que te daba… Ahora era mucho mayor la sensación.
-¿Salimos? -preguntó la muchacha con un abrigo sobre sus hombros-.
-Creo que no, tengo que irme; he de estar temprano en casa.
-¿Qué tal Rashkolnikov?
-Genial, como siempre.
Cosow no le había dicho nada a Dôrya y prefería seguir como estaba. No quería decirle que había pasado un día eterno, largo como un desierto; que cuando llegó a casa tras ese percance su hermano lo recibió fría y duramente, que había estado viviendo con una familia perturbada que se dedicaba a aniquilar a gente y comérsela luego… Eran aspectos que no quería que supiera; al menos por ese momento.
-¿Dónde tienes que ir?
-Ya te lo he dicho: a casa.
-Si sólo son las seis y diez.
-Más que tarde para mí. Me voy.
-Bueno, pues nada. ¿Me das un beso?
-¿Ya estás lista?
-No, era para ver qué respondías.
Cosow sonrió cabizbajo mirándola de reojo y la besó en la mejilla susurrándole un profundo te quiero". Cruzó el pasillo y salió por la puerta. Era un peregrino sin morada y con destino incierto que a veces sentía la necesidad de verse muerto, tirado en el suelo derramando sinsentido por su boca en lugar de aliento. Cuando salió de allí fue a su casa a buscar a Rodka y contarle todo lo que le había pasado, sentados en su mohoso y añorado sofá. Subió las escaleras y abrió la puerta despacio por si se había echado la siesta su hermano como solía hacer en los días como aquél. En efecto, allí estaba; tumbado en el sofá cara arriba y con su amado libro en el estómago agarrado por ambas manos. El muchacho trató de arrebatárselo con sigilo, pero no hay silencio más ruidoso que el sigilo para Rashkolnikov.
-¿Qué haces aquí, enano?
-Venía a explicarte mi ausencia durante estos días.
-Que sí, que te secuestraron, ¿no?
-Y me torturaron.
-¿También? Un completo, qué bien.
-Lo he pasado muy mal.
-Ya se te ve -dijo Rodka mirando la bragueta del pantalón de Cosow-. ¿De dónde vienes?
-De casa de Dôrya.
-Entonces lo entiendo.
-¿El qué?
-Nada. ¿Cómo es que sigues hablándote con ella después de lo que te hizo?
-Porque la quiero, y porque le debo algo después de destrozarle la vida a su ex-novio.
-Cierto, ¿qué tal el tetrapléjico ese?
-No lo sé, no pregunté.
-Mejor. Bueno, me querías contar algo, ¿no? Comienza, entonces.
-Voy, pero antes… ¿Puedes abrir la ventana? Cuando termines empiezo.
-Está bien.
Rashkolnikov se levantó del sofá y se dirigió hacia los ventanales del salón.
-Ya está; puedes comenzar.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Capítulo XV (Parte III)

En una atmósfera envenenada por los recuerdos se oían los preliminares del sonar de la campana sobre la iglesia. Aquel edificio tuvo su época, un período de esplendor fantástico que abarcaba más allá de donde la imaginación alcanza; siempre habitada por seres, físicos o metafísicos, que la abandonaron. Aunque ahora sólo resida en ella una gran melancolía e hidras que se levantaban hasta el tejado. Contaba la gente que algunos frailes continuaban viviendo allí presos del sentimiento de culpabilidad por el incendio, supuestamente accidental. Aquel edificio era una construcción datada en el año 1868, constaba de una gran puerta principal con unas dimensiones descomunales, unos vidrios de colores en los que se representaban imágenes religiosas y una cruz de madera inmensa que adornaba el fondo de la iglesia. Cuando alguien entraba en aquel templo, lo embriagaba una sensación de grandiosidad que lo elevaba a más allá de Dios, o el ente que habitara ese edificio; unos bancos de madera desgastada por Cronos constituían, junto a unos grandes arcos decorativos, el interior de la iglesia casi con categoría de catedral por quien habitó allí en sus tiempos de auge. Por último, al final del pasillo, junto a la cruz, un monumento de culto a un santo, no sabía quién era, pero sabía que lo era por aspectos que lo caracterizaban.

La hora que había acordado con Dôrya se avecinaba, sólo quedaban unos minutos escasos que se atragantaban en el tiempo; no pasaban los segundos, sino que parecían ir hacia atrás. Cada paso que daba Cosow hacia la casa de su amiga era un brusco golpe en su corazón y un gran chorro de vinagre y sal en las heridas abiertas por la nostalgia de aquellos tiempos de felicidad entre Tresâh, Fröde y Sorela al pasar por aquellas calles; cuando se sentía un hombre cada vez más afortunado por cada grano de arena que se deslizaba en el reloj de arena que regía su mundo. Había vuelto a sus orígenes para buscar teorías que definiesen sus costumbres, que le ayudasen a comprender lo que le había hecho cambiar así, además de la experiencia en su actual residencia, y dejar atrás a los sentidos que le mandaban comportarse. De tanto pensar comenzaba a perder la cabeza, y eso le gustaba; más bien le encantaba, los días en los que perdía el norte lo fascinaban. Se anestesiaba con alcohol o con un vinilo donde había inyectado sus pesadillas para dejarlas fluir por el planeta a sus anchas, cabalgar libres por las mentes de la gente y perturbar los sentimientos de cada víctima. Cuando se quiso dar cuenta, se vio caminando sobre baldosas amarillas, como Dorothy hacia sus sueños en Oz; solo entre multitud de gente que paseaban por allí -algo infrecuente en ****-.
Al sonar las campanas se percató de que la hora había pasado y que su fama de impuntual se haría presente una vez más incluso en la delicada situación en la que estaba sumido.

-Apologïη, Dôrya.
Cosow quedó extrañado, a la par que la muchacha que le preguntó qué era eso.
-Pues no lo sé, me salió de dentro; fue un acto reflejo.
-Si tú lo dices… Entra, entra.

El muchacho se adentró en la casa y le preguntó si había alguien en casa a lo que ella respondió que no. Hizo los halagos pertinentes sobre su espacioso salón y se sentó en uno de los sofás.

-¿Quieres tomar algo?
-No, muchas gracias; es que acabo de pasar de la iglesia y se me quitó el hambre.
-¿Otra vez con esas tonterías, Cosow?
-Es que es verdad, escamotea mi apetito cada vez que paso por delante.
-Pasa por un lado.

Él se la quedó mirando de reojo observándola allí, temblorosa con las manos en los bolsillos de detrás del pantalón en un intento de evitar que se notara su estado.

-Bueno, ¿has venido a la ciudad a algo en especial?
-¿Te lo tengo que repetir? He venido a por ti.
-¿A por mí?
-En efecto, voy a sacarte de aquí, de este ambiente y llevarte junto a mí hasta mi mundo.
-¿De qué mundo hablas?
-Hablo de un lugar de donde la gente cae del cielo.
-¿Dónde está eso?
-Fuera de aquí, de las barreras que **** utiliza para aprisionar a sus habitantes.
-Contigo voy a donde sea, Cosow. ¿Y para cuando sería tal viaje?
-Dentro de dos años.
-¿Dos? ¿Por qué dos?
-Dos, verás lo que ocurre.

Se levantó y se dirigió a besarla hasta que recordó que ella no quería, por lo que corrigió a tiempo y la abrazó durante unos minutos. Tenía -el cuarto- un tocadiscos viejo, casi como el que él tenía en su casa; lo vio y fue hacia él observándolo detalladamente, reparando en cada detalle que resaltaba en aquella fuente de felicidad para el muchacho. En ese momento precisaba ese vinilo que dejó olvidado en el cajón de Rashkolnikov, el segundo de la mesilla de la izquierda que prestó y nunca fue devuelto.

Capítulo XV (Parte II)

-Te he echado de menos, ¿sabías? -dijo Dôrya quebrando el silencio-.
-No, no lo sabía; supuse que me odiarías después de lo que le hice al gilipollas ese.
-Cosow, por favor, ya basta. Quedamos en que lo olvidaríamos; o que haríamos como si Tràdare no hubiera entrado nunca en nuestras vidas.
-¡Claro, como a ti ya te entró una cosa suya!
-No me entró nada, Cosow; de verdad.
-Bueno, si tú lo dices… En fin, ¿tienes que hacer algo hoy?
-Estudiar, pero creo que encontraré un hueco para lo que me propongas.
-Puedo proponerte una segunda oportunidad, por ejemplo.
-Acepto, por supuesto.

Cosow se dispuso a besarla. Fue acercándose poco a poco y, cuando estaba casi rozando sus labios, inhalando su aliento y haciéndolo formar parte de sus pulmones, ella se apartó alegando que no está preparada, que quería hacer las cosas bien y despacio. Él se apartó lentamente y sonriendo.

-Vale, lo entiendo. No tengo prisa, aguanto el tiempo que necesites.
-Muchas gracias, no soy muy romántica ni muy sensible, así que sabrás el tiempo que te espera, ¿no?
-Sí, pero si tú lo necesitas yo no tengo absolutamente ningún problema.
-¿Quieres venir a mi casa?
-¿Cuándo, hoy?
-Sí.
-De acuerdo, sobre las cinco me paso por allí.
-Hasta luego, entonces.

Dôrya le dio un beso en la mejilla y recogió su abrigo de la silla partiendo hacia su casa. Cosow se quedó allí esperando a que pasaran las dos horas que faltaban para su encuentro. Cuando la vio a través del cristal se fijó en que se avecinaba tormenta. Amaba esos días grises que amenazaban con cernirse sobre las cabezas de los habitantes de aquella ciudad y que la lluvia imitaba el llanto intenso de un niño recién nacido. Salió del bar corriendo hacia Dôrya y se colocó hacia su lado sin que se diera cuenta, miró hacia el cielo y comenzó a hablarle sin mirarla ni un segundo.

-¿Lloverá?
-Probablemente, ¿no ves las nubes? pero ¿tú donde vives?
-¿Yo? En mundos paralelos.
-¿Así que vives en un mundo paralelo?
-Exactamente es el lugar donde de alquiler suelo hacer mudanza -respondió con un guiño como sólo él sabe hacer-.
-¿De alquiler hacer mudanza? ¿A qué te refieres?
-Que de algo efímero suelo hacer algo eterno.
-A ver si es verdad.
-¿Cómo?
-Nada, me voy. Te veo luego.

Vio a Dôrya alejarse bajo la lluvia apoyado en el cristal del Pulce pensando en ella, siempre en ella, en su pelo, sus ojos, su sonrisa, la felicidad que le producía y la multitud de sensaciones que ella le provocaba con simplemente una mirada. No volvió dentro del bar, pasó las horas que debía aguardar fuera, en manga corta y con la lluvia cayendo sobre su cuerpo, empapando su cara, definiendo cada parte de su cuerpo con extrema cautela y veracidad y fluyendo, como el alcohol y la promiscuidad por las venas de Henry Hank Chinaski.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Capítulo XV (Parte I)

Habían pasado días, semanas hasta llegar al 31 de mayo. La primavera ya agonizaba y las altas temperaturas que impregnaban las mañanas en aquel paraje presagiaban un caluroso verano. Había transcurrido una gran cantidad de tiempo desde su entrada en esa familia hasta ese momento, ya se había integrado en la manada, era uno más. Aquella mañana el Sol radiaba con una luz especial, nueva y profunda que llegaba hasta los corazones de la gente iluminando hasta el más recóndito rincón de oscuridad en ellos; era una señal, un pellizco que hacían a Cosow sentirse vivo en ese sueño que vivía. El muchacho se dirigió hacia el bosque a pasear, dar una vuelta por allí antes de que llegase la hora de comer junto a los demás.
-Cosow, ¿dónde vas? -preguntó Sêra-.
-Al bosque, quiero dar una vuelta.
-¿Puedo acompañarte?
-Si es lo que quieres adelante.
Ambos se pusieron en camino cabizbajos pensando cada uno en sendos problemas e ideas. A ella le encantaba hablar con Cosow, era como tener a un filósofo a su disposición las veinticuatro horas del día y, además, era guapo, no como los que tuvo que estudiar en su época de estudiante.
-¿Cuántos años tienes, Sêra?
-Veintiuno, ¿tú?
-Tres menos.
-Pues hablas como si tuvieras muchos más y una experiencia aún mayor.
-He tenido diversas experiencias pero no tanto como para considerarme un filósofo como mi hermano.
-¿Tienes un hermano? ¿Cómo se llama?
-Rashkolnikov, tiene dos años más que tú y él sí que estudió Filosofía en la universidad de ****.
-Un día me lo presentarás, ¿no?
-Si lo encuentro sí.
-¿Trabajas en algo?
-Iba a la universidad, estaba haciendo Medicina pero ya pensaba en dejarlo.
-¿Por qué, no te gusta?
-Sí, pero prefiero trabajar a estudiar sin tener rumbo. No me veía salvando vidas cuando detesto a la gente que salvo.
Cosow estaba deprimido aquellos días; desde hacía unos días se sentía decaído, con ganas de huir, irse con sus cascos y su música en un saco y perderse por el mundo. Ansiaba viajar, escaparse a otro país y aprender de otras culturas, vivir sintiéndose libre, sin ataduras. Los días se le hacían largos aún teniendo pan en la boca y algo por lo que vivir: Dôrya. Había tratado de quitársela de la cabeza de todas las formas posibles pero ninguna dio resultado; añoraba los días que pasaba con ella en la cafetería de la universidad hablando de nada e intercambiando miradas perdidas. Tiró hacía tiempo el móvil, así que no tenía otro medio de comunicación con ella que ir a la ciudad y buscarla pero no sabía cómo se presentarían las cosas allí; si estaría enfadada, si lo recibiría con los brazos abiertos… eso era lo que le hacía dudar sobre si ir o no a hacer una visita a sus amigos y conocidos. Finalmente, tres días después se decidió a ir en busca de sus amistades olvidadas y recuperarlas. Querían acompañarlo, pero él prefirió ir solo, pensó que sería lo mejor para poder tener total libertad de expresión con ellas. Llamó a la puerta de Dôrya con el corazón a punto de salírsele por la boca de un momento a otro. Abrieron la puerta y allí estaba ella, con su cabello largo y sus verdes ojos que cautivaron al muchacho que Cosow llevaba dentro antes de su encuentro con su nuevo ser.
-Hola, Cosow, ¿qué quieres?
-Vine a saludarte, invitarte a tomar algo y hablar sobre nada, ¿te apetece?
-Vamos.
Cosow sonrió, la primera vez en mucho tiempo, más de una semana. En el trayecto hasta el Pulce no mediaron palabra, reinaba un silencio incómodo que aderezaba a la tensión que anidaban ambos en lo más profundo de ellos mismos. Al llegar allí comenzaron a hablar fingiendo no haber pasado nada semanas antes.
-¿Por qué has vuelto?
-Porque sí, os echaba de menos; a todas.
-¿A mí también? ¿Incluso después de lo que te hice?
-Sí, he comprendido que no estuvo bien lo que le hice al muchacho y lo siento.
-¿En serio?
-No, pero igual así podrías pensar que había cambiado algo.
-Eres estúpido.
-Seguramente, pero ¿acaso me afecta?
-Veo que no.
-Pues ya está. He venido a tratar de recuperar la relación que tuvimos; sé que no será exactamente igual, pero algo mejor que ahora sí.
-Buscas lo imposible.
-Lo sé, pero suelo conseguirlo; te enamoré, ¿recuerdas?
Dôrya giró la cabeza y dejó ver bajo su mano una sonrisa leve pero que subió el ánimo de Cosow hasta más allá de las estrellas. Comenzaron a hablar sobre los días que estuvieron sin hablar, qué era lo que habían hecho… tratando siempre de esquivar el espinoso incidente que ocurriera semanas antes. Cosow tuvo que inventarse algo rápido cuando le preguntó qué había hecho ese tiempo y por qué llevaba cortes y magulladuras en los brazos, cara y piernas. Según él, había estado pensando solo en el bosque y cayó colina abajo un día por un desafortunado resbalón. Parecía habérselo creído todo y el muchacho respiró aliviado al ver su cara de confianza en él. Pudo ver algo en sus ojos, unos deseos de recuperar lo que un día tuvieron inmensas pero distantes, se veían a lo lejos y él pensaba rescatarlas de lo más profundo de sus pupilas y lo conservaría para siempre, hasta más allá de que termine la eternidad.

Capítulo XIV (Parte II)

-Oh, Dios, ¿qué me has traído? Más días, más alcohol para este inmundo corazón.
-¿Qué dices, Cosow?
-¿Qué? No, nada. Tonterías.
-De acuerdo, ¿dónde quieres ir?
-Vamos a mi casa, quiero verla por última vez.

Ella pagó las copas, las siete del muchacho más la suya, y se pusieron en marcha. No era mucha distancia entre ambos lugares pero aún así se pusieron a hablar como si dispusieran de horas a su antojo. Hablaron sobre el mundo, el universo, las estrellas…

-¿Por qué nacerán las estrellas?
-Para hacerte recordar que no eres nada.
-¿No?
-Nadie.

La muchacha quedó paralizada, aturdida por las palabras de su amigo en ese momento, viéndolo observar su portal soñando despierto.

-¿En qué piensas?
-En lo efímero que es todo -el muchacho miró al suelo mientras continuaba hablando-. De repente observas tu madurez, ya has dejado de ser niño y ahora ves que no has cumplido con ninguno de tus sueños que de pequeño soñabas con realizar.
-Miro al pasado a menudo e intento complacer a mis fantasmas, a mi pequeña yo.
-Mis fantasmas están asustados arropados entre las sábanas.
-¡En qué mundo te ha tocado vivir, Cosow! Habrías sido una celebridad en otra época.
-Puede, pero no guío mi vida por lo que pude ser si no por lo que puedo ser a día de hoy.

Ambos enmudecieron y sólo rompió aquel silencio incómodo las palabras de Sêra sugiriendo el irse de allí y llegar temprano a casa. Eran las 3:58 de la madrugada y las farolas encaminaban a los jóvenes entre la niebla que se había formado ese día en ****. Atravesaron toda la ciudad hasta llegar al bosque, continuaron y llegaron a su casa.

-Bueno, yo me quedo aquí; suelo dormir fuera.
-Está bien, pues hasta mañana.
-¡Cosow! ¿Quieres dormir aquí, conmigo?
-¿Dormir contigo? Como quieras.
-Ven, acércate y ponte cómodo; voy a por unas cuantas mantas grandes para los dos.

Cosow se sentó en un colchón que había en el suelo, en el exterior. Aquella noche estaba especialmente bañada por la dulzura y brillantez de la Luna y los astros que vivían junto a ella en la inmensidad del espacio. A menudo solía cavilar sobre el universo, los porqués de todo, si habría vida o no fuera de la Tierra; y, sobre todo, le fascinaban los monstruos del cosmos: los agujeros negros. Eran una fuente de creatividad que emanaba inspiración convulsivamente, al revés de su efecto con la realidad, la luz y con todo lo que abarcaba su radio de destrucción.

-Es que no quiero dormir sola.
-Tranquila; si no tienes sueño, estaré contigo hasta que amanezca.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Capítulo XIV (Parte I)

La madera de aquel vetusto edificio crepitaba con duros sonidos que se clavaban cual martillazos en la cabeza del joven. Ahora podía ver la casa en su inmensa totalidad, tenía en la entrada un pequeño mueble y, sobre él, múltiples anillas oxidadas que sujetaban una gran cantidad de llaves también víctimas del paso del tiempo. El hombre que acompañaba al joven carraspeó repetidas veces hasta conseguir atraer al paladar un pequeño gargajo que escupió sin pensarlo dos veces justo delante de Cosow.
-Así son las cosas, muchacho. Deberás acostumbrar tu cuerpo puro a la indecencia con la que compartirás aire durante el resto de tu vida.
-Tranquilo viejo, me da la sensación de que lo lograré sin ningún problema.
Se oyeron unos fuertes golpes que parecían provenir del piso de arriba; así era. Unos muchachos descendían velozmente la escalera para presentarse antes el nuevo miembro de aquella extravagante familia.
-Mira, estos son mis hijos -dijo orgulloso Sôlen-.
-Qué ricos todos -respondió con sorna el invitado-.
-Brönta, el más veterano por aquí; Kadrê, el más pequeño hasta que llegaste tú; y, por último Sêra, la chica más bonita de este lugar -dijo guiñándole un ojo a la joven-.
 -Hostia, uno más al grupo. Cada vez somos más para hostigarte, Sêra -comentó Kadrê-.
-Enano, cállate que éste estoy viendo que es de los míos.
-Sêra, no te engañes, vendrá con Kadrê y conmigo.
-A ¿qué no, Cosow? A ¿que tú vendrás conmigo?
-Vamos chicos, dejad de molestar al nuevo; aún se tiene que acostumbrar a su nuevo hogar. Acompáñame, muchacho.
Cosow asintió y se despidió de todos sus nuevos amigos.
-Pues es mono el chico -dijo Sêra mirándolo de reojo-.
-¿Otro más para la lista, enana? -preguntó riendo Brönta-.
-Puede.
 Subieron las escaleras hacia su habitación, la segunda de la izquierda. Dormiría entre los dos chicos, pues ella acostumbraba a dormir fuera. Le habían entregado el cuarto plagado de marionetas en la casa de Borg, la misma. Gracias a Dios no era el mismo edificio ya que lo había dejado atrás hacía unas horas. Entró y se acomodó en una cama mullida que habían colocado expresamente para él sabiendo que volvería. Deshizo su equipaje: una camiseta, un pantalón, unas hojas en blanco, un bolígrafo que había encontrado en su cuarto unos años antes; era con el que siempre escribía sus poemas o sus pequeñas historias que no llevaban a nada pero ayudaban al muchacho a desahogarse y dejar constancia de sus pensamientos. Entró, de súbito, la muchacha a su habitación interesándose por su estado, su cambio de la vida que había dejado para estar entre ellos. Cosow le contó resumidamente la historia de Dôrya y todo lo que le había pasado con Tràdare. Le comentó también la muerte de sus padres pero sin el cómo. Escuchó, de nuevo, el ritual que solían hacer todos los que se enteraban de su orfandad y repitió la misma respuesta: no importa. Mostró sus trabajos, todos sus escritos. Era algo estupendo ver que por fin el muchacho había hecho una buena con alguna chica, pues necesitaba eso, olvidarse de Dôrya.
-¿Aún la quieres?
-¿Quién, yo? Que le den.
-No digas eso, seguro que fue estupendo lo que tuviste con ella.
-No se le puede nombrar de esa manera a lo que tuve con ese intento de persona.
-Sólo necesitas desahogarte un poco. Escribe, ¿no dices que eso te suele relajar?
-Sí, puede que sea lo mejor.
-Bueno, te dejo que termines de instalarte.
-Gracias, te lo agradezco.
Bajó a la planta baja y allí estaban ellos, esperándolo con una pancarta de bienvenida que Kodrê había fabricado en un apuro. Se lo agradeció a todos y comenzaron a conversar con él, pero en seguida se cansaron. Brönta era el único que le parecía hacer caso y responderle los comentarios. Hablaron de todo lo que a una persona se le pudiera ocurrir. Compartían gustos, compartieron experiencias y, sobre todo, sus filosofías que eran similares.
Al caer la noche se reunieron todos los habitantes de esa casa en el salón, sentados en el sofá frente a la chimenea; era la típica escena que salía en los anuncios de la tele, o eso pensaba Cosow.
-Y ¿el alemán con el que hice tan buenas migas? ¿Dónde está?
-Se fue. Era un empleado y antes de ayer rescindió su contrato en esta casa, así que ahora estamos solos los cinco -respondió amablemente Sôlen-.
-Me parece perfecto.
-Bueno chicos, ¿qué queréis cenar?
-Nada, nosotros nos vamos a la cama -respondieron los dos residentes dejando a su padre y la muchacha con el joven-.
-Y ¿vosotros?
-Yo nada, muchas gracias -respondió con educación Cosow-.
-Yo tomaré lo mismo -dijo Sêra mirando a Cosow con una sonrisa-.
Tenía una sonrisa preciosa, perfecta; parecía nieve en su boca lo que se veía en sus dientes. El muchacho salió fuera a observar el campo, el florecer de la naturaleza en su jardín. Ella lo siguió tratando de darle conversación en vano. Nunca había sido muy hablador aquel chico y no lo iba a ser ahora. Ahora, aún menos. Cogió el móvil y lo lanzó hacia el bosque, donde se perdió entre la espesura del mismo, entre los árboles a decenas de metros de allí. Donde estaba y con quien estaba no lo iba a necesitar, por lo que eligió prescindir de él.
-Ven, te invito a una copa-.
Cosow aceptó y la siguió. Se dirigían hacia la ciudad, hacia la civilización de donde había huido y no tenía ganas de volver. Sólo allí podían tomar un trago, pues en casa no había ni una gota de alcohol ya que Sôlen repugnaba la bebida. La veía como un método vergonzoso de ridiculizarse ante la sociedad. Los demás no lo miraban con los mismos ojos; observaban en cada vaso una salvación a sus miserables vidas. Entraron en el Pulce, el viejo bar Pulce. El camarero, tras tanto tiempo, seguía siendo el mismo al igual la gente que lo frecuentaba.
-¿Qué tomaréis?
-Vodka negro y un poco de limón -pidió la chica-.
-Vodka con agua.
Esperaron a tener sus copas junto a ellos y pensaron en porqué brindar. Decidieron hacerlo por la vida que les esperaba juntos en la vida, en la misma casa compartiendo techo.
-Hacía tiempo que no se te veía el pelo, Cosow -se oyó tras él-.
-¡Hostia, amigo! ¿Qué tal?
-¿Quién es? -preguntó Sêra susurrando-.
-¿Yo qué sé? Un borracho, supongo; tú síguele la corriente.
-¿Qué te hizo volver por estos lares?
-Pues nada, el recuerdo de grandes amigos como tú.
-Qué bonito, amigo mío.
El hombre apenas se tenía en pie y su boca solía bailar a cada frase que salía de ella. Se fijó en su acompañante y, mirándola de arriba abajo, dijo:
-Qué guapa, ¿no? Podrías prestármela.
-Venga, ya basta; vete a asustar a las palomas a la Koshya.
-¿Quieres problemas?
-Viejo, más vale que te vayas antes de que te haga cerrar ese pozo de alcohol que tienes como boca; borracho de mierda.
-Cosow, déjalo ya, no importa lo que haya dicho.
-No, no. ¿Él quiere pelear? Pues lo va a hacer.
-Si no tienes ni media hostia, muchacho. Venga, pégame si tienes huevos.
Se hizo el silencio en el tugurio aquel al ver y escuchar al viejo caer al suelo con una mancha de sangre en la boca y un ojo rojo al borde de la expulsión.
-Ponme otro vodka con agua.
-Cosow, ¿qué has hecho?
-¿Yo? Darle lo que quería.
Estuvieron alrededor de dos horas hablando sin parar sobre sus cosas, sus teorías sobre las cosas y sobre lo que les rodeaba en aquel mundo. Entablaron una relación agradable, mayor que las que habían tenido anteriormente ninguno de ellos. Cosow dejaba atónita, en blanco a su acompañante con cada respuesta que recibía respecto a todos y cada uno de los temas que trataban en el bar, sentados en unas butacas viejas y una barra de hierro impregnada de alcohol.
-¿Por qué bebes, muñeca?
-No tengo razón, simplemente, me gusta.
-Qué normal. Alguna razón habrá. ¿Cómo es tu relación con Sôlen?
-Genial, ¿por qué?
-Y ¿con ellos? ¿Con los dos chicos?
-¿Con Brönta y Kodrê? Pues bien, como suelen ser todas.
-O sea, horrible.
-¿Por qué me preguntas todo esto?
-Para hallar la fuente que impulsa a tu alcoholismo a salir de tu cuerpo.
-No la vas a encontrar.
-Sí. De hecho, ya lo he conseguido.
-Y ¿cuál es?
-Secreto. Bebe tranquila y no te preocupes por lo que piense un niño viejo como yo.
-Me desconciertas, Cosow.
-Lo sé, y a ¿qué te gusta?
-Algo.
-Pues ya está, bebe.
-Y tú, ¿por qué bebes?
-Te contestaré lo mismo que le he contestado a mi hermano desde que me vio por primera vez con una botella de alcohol en la mano: lo hago para anestesiar el dolor que dejan en mí los fantasmas del pasado, para liberarme de las cadenas que me atan al mundo en el que estoy obligado a vivir y, sobre todo, porque sí; me siento bien cuando me encuentro en ese punto en el que no estoy ni ebrio ni sobrio, ni feliz ni depresivo, es un estado por el que daría todo por vivir continuamente en él.
-En serio, me encantas.
Al muchacho se le encendieron los ojos, dejó el vaso sobre la barra y la miró con una casi imperceptible sonrisa que no pasó desapercibida ante la pupila de la chica. Le recordaron, aquellas palabras, a las que Dôrya le dijo en su momento.
-Chica, soy muy complicado; no intentes entenderme -dijo él mientras echaba un trago al vaso medio vacío-.
-¿Por qué no? Me pareces interesante.
-Por eso mismo, lo interesante se agota y no quiero que te decepcione algo que venga de mí.
-¿Por qué?
-Ya he roto demasiados corazones.
-¿Corazones? Muy egocéntrico eres, ¿no?
-Pues sí, y aún así, te seguiré atrayendo.
-¿Por qué iba a hacer eso?
-¡La bebida! Deja que haga su trabajo, verás cómo te hará ver todo de un modo distinto cuando estés en mi estado.
-¿De verdad es tan bueno ese momento?
-Genial, como un orgasmo de alcohol -dijo mientras bebía la última gota de alcohol que habitaba en su vaso-.
-Lo probaré, pues.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Capítulo XIII (Parte I)

Detúvose ante esa casa víctima de un escalofrío. Una corriente recorrió su cuerpo con minúsculas y continuas descargas eléctricas. Vislumbró aquel lugar como su hogar, su nuevo hogar surgido de la  amalgama del dolor y la ira.
-Muévete, muchacho.
-Ya voy -respondió con la mirada perdida, posada sobre el caserón que amenazaba con engullirlo de un momento a otro-.
Miró a ambos lados como si aguardase a que algo aconteciese; decepcionado por su decisión de regresar allí mas obligado por la necesidad de lo mismo. Las calles de **** se habían vuelto pequeñas para él, necesitaba ir más allá de aquel laberinto que llevaba viendo dieciocho años. El temor a lo desconocido en relación a esa casa horadaba su alma teñida por la sangre de las personas que sufrieron el encuentro con él.
-He visto lo que le hiciste a  Völe; muy ingeniosa tu huida -felicitaba el hombre a Cosow-.
-Gracias, pero no sé por qué me dejó que lo matara.
-Era un hijo de perra; se acostaba con mi mujer y ambos se lo callaban, pero tonteaban delante de mis narices. Da igual, ahora ninguno me molestará jamás.
-¿Por qué, te divorciaste? -preguntó, burlón, Cosow-.
-No exactamente. Mira, muchacho, provengo de una familia que pasó mucha hambre durante una guerra que hombres ricos y libres utilizaban para esclavizar más a la sociedad. Teníamos necesidades y debíamos cubrirlas de la manera más radical que puedas imaginar en este momento.
-¿Os comíais entre vosotros?
-No, eso como último recurso. Cada día partían dos o tres personas a por víveres, casi siempre mi padre y mis tíos; yo era pequeño y apenas recuerdo nada de aquella negra época que me tocó experimentar. Desde ese momento nunca más pasamos hambre. Nos comparaban con una familia similar a la de una matanza que hubo al otro lado del océano, pero nosotros éramos algo diferentes; a los muertos nos los comíamos y a los vivos los torturábamos hasta que suplicaban que se les asestase un último golpe que cese su sufrimiento. Es por eso que te entiendo y te acojo entre mis brazos, te miro y me veo mí mismo hace unos años cuando la desesperación se había alojado en nuestras mentes y nos obligaba a realizar todas las atrocidades que la gente cuerda no estaría dispuesta a realizar.
-Así que ¿erais una familia sádica y caníbal? Menuda gente con la que me he juntado.
-Así es.
-Y ¿los medios como se lo tomaron? O sea, habría una investigación, digo yo, en busca de los cuerpos que no fueron hallados, ¿no?
-Exacto, así se hizo, pero mi familia cuando la guerra hubo terminado no volvió a ser la misma; oían cada vez más voces, se arrastraban por los pasillos gritando y formando mares de llantos por los dolores, causa por la que a menudo solían ir al hospital. A los pocos hospitales que la ambición humana dejó en pie tras la guerra. Acostumbraba a esconderme en un oscuro cuarto al fondo del pasillo para protegerme de cualquier agresión ante los episodios de esquizofrenia que a diario tenían. Finalmente, fueron suicidándose uno a uno por lo que la policía sólo podría hablar conmigo pero yo no le abría a nadie, ni siquiera la ventana al viento. Aprendía a sobrevivir anteponiendo mis necesidades a las de los demás como tú hiciste en mi casa.
-¿Es tu casa? ¿Vives escondido en ruinas?
-Sobrevivo; es más acertado que decir que vivo puesto que a lo que yo tengo no se puede llamar vida. Me alimento de la oscuridad que los fantasmas y el pasado olvidaron aquí y de la mugre que el tiempo y el pasado deja tras su paso. He esperado tanto tiempo a alguien así, como yo, como tú: que refleje tan bien la decadencia de la sociedad que nos rodea en este período de guerra que yo pueda amoldarlo a mi imagen y semejanza.
-¿Estamos en guerra?
-Por supuesto, día a día; tú llevas dieciocho años de incansable lucha entre tu personalidad y tus deseos más macabros y repugnantes.
-No lo creo, señor…
-Sôlen, llámame Sôlen.
-Está bien, Sôlen. Sigo firme en cuanto a mi respuesta anterior; no creo estar luchando contra mí mismo sino contra el sistema que gobierna nuestras vidas en estos momentos.
-También, pero tu lucha particular, interior, es mucho más importante que todo lo demás. ¿Por qué, si antes eras sensato, razonable y reservado, mataste, insultaste e incluso te comiste a seres de tu misma especie? ¿No lo ves como un intento de tus deseos de aflorar y hacer explotar la barrera que les impide expresarse libremente?
-Eso fue por supervivencia.
-Y ¿de dónde te crees que viene la supervivencia? De nuestro deseo interior de ser tú antes que los demás; el egocentrismo. Así que ahora mismo podría decirte que la supervivencia puede ser un sinónimo del egocentrismo; aunque las circunstancias en cada caso sean diferentes.
-Ahora me arrepiento de haberlo hecho.
-Mentira y lo sabes. Desearías volver a hacerlo, sentir los órganos de otro ser humano sobre tus dedos deslizándose, pedazo a pedazo, por tu garganta, limpiar la sangre que sale a borbotones de sus orificios de tus labios y mejillas.
-Que repugnante es todo.
-Y lo es, Cosow. La gente se apartaría de ti, te llamarían "bicho raro" o te apalearían por ser diferente, en cambio yo, te ofrezco mi mano.
Sôlen entró en la casa, y se mantuvo inmóvil en la entrada esperando una respuesta del muchacho.
-Vamos, chico. Descubre qué hay en este nuevo mundo.
Cosow lo agarró fuerte y se perdieron ambos en el interior de la boca de aquella fábrica de muerte.

domingo, 31 de octubre de 2010

Capítulo XII (Parte I)

Cosow despertó con un portazo en su habitación por parte de su hermano.
-Despierta.
Abrió los ojos lentamente y lo primero que miró: el móvil. Estaba llamándolo Sorela.
-Hola, Cosow, ¿dónde te habías metido? Menos mal que te encuentro.
-Hola; es una larga historia. Ya te la contaré cuando tengamos tiempo.
-Lo cierto es que a mí me sobra de eso, ¿quieres venir a mi casa y hablamos de lo que hiciste?
-Debería llamar a Dôrya.
-Déjala, seguro que está con Tràdare.
-¿Quién?
-Tràdare, un compañero nuevo que vino de Rusia y que parece que le gusta.
-Qué bien.
-Bueno, ¿vienes a mi casa o no?
-Sí, en cinco minutos estoy allí.
Colgaron. Cosow se levantó y lavó la cara intentando despejarse, asimilar la noticia de que Dôrya estuviera tonteando con otro por no haber estado con ella esos días. Tiró las cosas de encima del espejo por el suelo, destrozó la mampara del baño y se sentó en el suelo tratando de aclarar sus ideas. Decidió que le daba igual, que no sería nada. Salió de casa y llegó a la de su amiga, que lo recibió en el salón.
-Ponte cómodo, vengo ahora que tengo que recoger unas cosas.
-Está bien.
Se sentó en el viejo sofá de cuero que había colocado en el cuarto quedando hundido en él.
-Ya estoy. Bueno cuéntame, ¿qué te pasó?
Cosow no tenía ganas de explicarle nada, ni su nuevo modo de actuar ni sus actos en aquel edificio alejado del mundo sensato, así que le contó que se había ido de excursión él solo por la montaña del norte.
-¿Tú solo? ¿Por qué?
-No sé, me apetecía; ¿algún problema? -contestó, Cosow harto de hablar sobre ese tema-.
-No, ninguno. Te voy a dar una cosa.
-¿El qué?
-Adivínalo.
-Un beso.
-¿Cómo lo has sabido? -preguntó extrañada Sorela-.
-Lógica, pura lógica. ¿Me lo vas a dar o no?
-¿Y Dôrya?
-Lo ibas a hacer igualmente antes, ¿no? Pues venga, que le den.
Se besaron. Estuvieron toda la tarde sin soltarse, pasando una tarde fantástica. Cuando dieron las diez y la ciudad era oscuridad por completo volvió a casa. Estuvo pensando en lo que le había hecho a Dôrya pero terminó pensando que era tontería cavilar sobre aquello, que todo se solucionaría solo, y si no, tiempo al tiempo.
Llamó a su chica para ver cómo estaba. No le cogió el teléfono, así que lo probó algunas veces más. A las doce contestó al teléfono con una voz de ahogo, como si hubiera estado corriendo o haciendo ejercicio hasta ese momento.
-Cosow, ¡qué sorpresa!
-¿Por qué no cogías las llamadas?
-No lo oía, estaba en silencio.
-Joder, siempre lo tienes en silencio, pero sólo cuando te llamo yo. Tu móvil me odia, ¿no?
-No es eso, es que estaba en la ducha.
-Sí, ya. Espera, que voy a tu casa y nos vemos.
-¡No, para! No, mejor ven mañana que hoy estoy ocupada.
-¿Con quién?
-Con los apuntes.
-Vale.
El muchacho fue hasta casa de Dôrya para darle una sorpresa y vio salir del portal a ella y a un chico, que imaginó sería Tràdare. Cuando se despidieron, lo hicieron con un beso, pero no como Cosow esperaba, sino un beso en la boca de más de diez segundos sin separarse. Miró hacia el suelo Cosow, pensando qué hacer, si partirle la cara ahí mismo o dejarlo correr. Lo dejó correr. Al día siguiente, la nueva personalidad marcaría historia en el campus de Dôrya. Al terminar las clases, Cosow se dirigió hacia el grupo de su novia y vio a Tràdare.
-Cariño, ¿qué haces aquí? -preguntó la muchacha-.
El chico la miró con una cara de asco que podría haberla matado en ese preciso momento.
-A ver gilipollas, ven aquí -dijo el chico dirigiéndose a Tràdare-.
-¿Qué me has llamado?
-¡Gilipollas! ¿Te molesta? Pues te jodes. ¿Qué tienes tú con mi chica?
-Estamos juntos, sí; y ¿qué?
Cosow apretó los puños, cerró los ojos y sintió como el viento rozaba su pelo, su cuerpo. Se apoderó de él una fuerza sobrehumana; volvió a sentir lo mismo que en aquella casa: la ira que comía su cuerpo por dentro poco a poco.
-¿Me vas a pegar, media mierda? -preguntó Tràdare tratando de intimidarlo-.
Abrió los ojos y todo se volvió silencio. En una milésima de segundo vio a su oponente en el suelo con la boca llena de sangre y a dos metros de distancia. Se estaba retorciendo de dolor en el suelo tratando de apaciguar el dolor en su hígado por el puñetazo que acababa de recibir.
-Vamos, levántate. ¡Ten cojones a levantarte!
El otro seguía en el suelo retorciéndose y siendo punto de mira por todo el coro que se había formado alrededor de ambos. Cosow lo levantó en peso y lo puso de pie. Él seguía caído, a punto de llorar por el dolor, así que el agresor miró a Dôrya y dijo:
-¿Así que me cambias por eso?
-No, para. ¡Déjalo ya! Volveré contigo, pero no le hagas nada.
-¿Que volverás conmigo? Ni de coña. Para mí estás muerta, ¿me oyes? Ni se te ocurra dirigirme nunca más la palabra. En cuanto a este intento de hombre… creo que lo dejaré perfecto para no hacer más mal a nadie.
Cosow cogió un bolígrafo de un chaval que estaba a su derecha dejándolo atónito y se lo puso en la espalda a Tràdare.
-Bueno, tú me has quitado algo que yo quería y yo ahora te quitaré lo que has usado para quitármelo. ¿Sabías que si presionas demasiado una lumbar determinada podrías dejar paralítico a alguien?
-No, no lo hagas, por favor.
-Tranquilo, no lo haré.
-Gracias.
-Lo haré aquí, mejor -dijo Cosow recolocando el bolígrafo sobre una cervical-.
Apretó y de repente, todo se nubló para Tràdare.
-¡¿Qué le has hecho?! -gritó Dôrya-.
-¿Yo? Nada; dejarlo tetrapléjico. Disfruta ahora sus polvos y añora los míos.
-¡Cabrón!
-¿A qué sí? Pero sólo un poco.
Todo el mundo se le quedó mirando mientras desaparecía dejando en el suelo su carpeta con los apuntes y demás material. Se dirigió fuera de la ciudad. Fue hacia la casa de la que escapó hacía unas semanas. ¿Por qué? Lo necesitaba.

Capítulo XI (Parte II)

Alzó la vista y vio todo más claro, más luminoso. Las sombras se habían desvanecido y algo no terminaba de gustarle a Cosow. Si está el pasillo encendido es que alguien ha activado la luz y recordó que su libertador no le daría ninguna facilidad, así que no encendería la luz para mejorar la visión de su preso.
-Cogeré la motosierra por si las moscas -dijo Cosow mirando al cadáver-.
Limpió con su lengua la sangre vertida sobre el objeto y se encaminó hacia el final de las escaleras. Al principio todo era normal; estaba la puerta tal y como la dejó al irse después de matar a Völe pero no estaba el cuerpo. Alguien se lo había llevado dejando tras de sí un rastro de sangre fresca. Anduvo hasta alcanzar el marco de la puerta y sostenerse, estaba agotado por el esfuerzo que había realizado hasta entonces; miró a la ventana y rio con un gesto de satisfacción. Cuando iba a dar el primer paso sintió que algo goteaba en su hombro izquierdo, lo miró y observó que era seca chupándose el dedo manchado de aquel líquido rojizo; echó la vista hacia el techo y vio a Völe descender en picado sobre él, aunque le dio tiempo a apartarse antes de resultar herido por el cuchillo que, momentos antes, habían nublado a medias la vista del hombre.
-Ven aquí, te arrancaré un ojo y te lo enseñaré para que veas lo que me has hecho.
-Lo veo perfectamente, que yo tengo los dos, no como tú -dijo riendo Cosow-.
El hombre se abalanzó sobre el muchacho pero este hizo un pequeño movimiento de evasión hacia la izquierda dejando pasar al tuerto a su lado, lo agarró y lo puso de rodillas quitándole su arma de la mano y posándola en el cuello de su presa.
-¿Te remato?
-Adelante, haz lo que quieras, pero no podrás salir de esto-.
-¿De esto? ¿Qué es "esto"?
Völe se aferró al cuchillo y se cortó el cuello con una gran incisión de un lado a otro de la garganta dejando una buena salida a su sangre, que caía como una catarata sobre su camiseta gris vieja. Cosow se despertó, asombrado de todo lo que estaba haciendo, presenciando en ese día, era todo demasiado realista para él. Rematado el último obstáculo que lo separaba de la libertad se dirigió hacia la ventana y vio la gran caída que había hasta el suelo así que quedó cavilando junto al cuerpo inerte de su enemigo.
-Ya sé -dijo el muchacho-; solamente voy en primero de carrera pero sé que un intestino delgado de un adulto puede medir hasta siete metros, suficiente para hacer una cuerda que llegue desde la ventana hasta la calle.
Cogió a aquel individuo y lo abrió en canal echando los órganos inservibles a un lado. Fue sacando el intestino del abdomen poco a poco, como quien recoge una cuerda, haciendo un montón a su lado. Cuando terminó de sacarlo por completo pensó en cortarlo con el cuchillo pero prefirió dar un último gran tirón sacando también, sin querer, el estómago del muerto.
-Ya que estamos, saquemos lo demás.
Sacó todo, solamente dejó sana la cabeza. Comenzó a jugar con los pulmones, hacía malabares con el hígado, vesícula biliar y el páncreas dejando sus manos completamente impregnadas de aquel líquido repugnante que tanto parecía agradar al muchacho. Rompió el cristal con uno de los pulmones y reventó contra el suelo el estómago dejando esparcirse un líquido marrón claro sobre el suelo de la habitación. Anudó a la barandilla de la escalera un extremo de lo que iba a utilizar como cuerda y dejo caer por la ventana el resto, se agarró y descendió a través de la oscuridad.
Al llegar al suelo lo primero que pensó fue en llegar a casa, pero luego algo le dijo que no debía hacer eso, que no lo recibirían con los brazos abiertos, sino dispuestos a castigarlo cruelmente por su desaparición, así que decidió esperar. Era de noche pero sus pupilas estaban suficientemente dilatadas como para poder ver con una decente claridad lo que había a su alrededor. Un vasto terreno completamente infestado de flores, árboles y arbustos sería a partir de ese momento el hogar del muchacho. Había aprendido a sobrevivir, a anteponer sus necesidades a sus principios y le encantaba; no quiso cambiar nunca. Aplicaría ese método también junto a sus seres queridos. Contra ellos todo sería más fácil.
Pasaron los días, las semanas…
El paso del tiempo acrecentaba el odio de Cosow hacia la raza humana. Era un misántropo convencido. Cuando era quince de abril decidió salir a la superficie, asomar la cabeza en la civilización. Regresó junto a Rodka, Dôrya, Sorela, Fröde y Tresâh. Al llegar a casa era por la tarde, poco después de la hora de comer. Se había alimentado hasta ese momento de los animales que conseguía cazar; cuando no podía comer no comía, soportaba lo que se le echara encima, las condiciones climatológicas y el miedo que ya apenas tenía cabida en su mente.
-Buenas noches, hermano.
-Hola, ¿dónde estabas?
-¿Yo? Secuestrado. ¿Qué hay para comer en casa?
-Secuestrado, bien. No hay nada, como siempre.
-Genial. En el bosque esto no me pasaba.
-¿Qué has dicho?
-¿Qué? No, nada. Me alegro de volver.
-Ah, vale; adiós.
Rashkolnikov se fue a la calle y Cosow se echó en su cama a dormir. Lo necesitaba; precisaba urgentemente una superficie blanda donde yacer. Pasaron las horas y vio su móvil sobre la mesilla al despertar reflejado en el espejo. Tenía muchísimas llamadas de Dôrya, pero aún más de cada una de sus amigas, parecía que les importaba más a ellas que a su propia chica. No le dio mayor importancia y volvió a dormir; mañana ya pensaría sobre eso.

sábado, 30 de octubre de 2010

Capítulo XI (Parte I)

Se apoyó sobre la pequeña consola que había colocada al lado de la escalera para descansar. Había olvidado la lesión de su pierna y su cansancio; en el, en ese momento, primaba la supervivencia. Debía aprender forzosamente a rechazar el dolor, los pensamientos que no le ayudaran a salir de aquel lúgubre lugar. Alzó la vista y vio al final de la escalera la sombría apariencia de un hombre, parecía ya mayor, con el pelo canoso y largo; vestía una túnica blanca y su piel era lo único que cubría sus pies. Tenía las manos en su espalda. Cosow no se atrevió a subir así que llamó al hombre que le había concedido la libertad aparentemente.

-Hay un hombre que no me da mucha confianza al final de la escalera.
-¿Para qué quieres subir? -preguntó encendiéndose un cigarro mientras peinaba su cabello-.
-Obviamente, para salir; no hay ventanas en la planta baja.
-Chico, arréglatelas. Ya te lo dije: no te daré facilidades; además, puedo asegurarte que volverás aquí no hoy, sino dentro de unos días. Echarás de menos esta sensación.
-¿Qué sensación? ¿Una sensación de miedo, angustia, agobio?
-¿Eso has sentido? Qué poca hospitalidad habrás notado por nuestra parte, ¿no?
-Podría decirse que sí, pero eso ya no importa; veré qué hago para salir.
-Suerte -dijo el hombre entre risas-.

Cosow asintió en señal de agradecimiento y salió del cuarto con un largo suspiro. Llegó a los pies de la escalera y el viejo canoso seguía arriba, inmóvil con las manos tras la espalda y el mismo rostro horrible que marcaría la memoria del chaval de por vida. Al estar todo apagado no alcanzaba a ver bien sus facciones, pero de repente un rayo hizo penetrar un haz de luz de unos segundos, suficiente como para observar con detenimiento su cara y determinar un examen: varón, unos sesenta y pocos años, baja estatura y peso, pelo -afirmó- canoso y largo, la cara era un corte prácticamente; una incisión caracterizaba aquel semblante emanante de sufrimiento y decadencia y unos ojos azules grisáceos pedían auxilio a gritos por escapar de aquel cuerpo.

-¡Sal de ahí, déjame pasar! -gritó Cosow-.

El hombre negó con la cabeza y permaneció impasible ante la firmeza del muchacho.

-Escucha, capullo, o sales de ahí en medio ahora mismo o subo y te arranco lo que tengas ahí abajo, ¿me has entendido?

De nuevo se escuchó silencio pero esta vez lo que hizo el viejo fue inclinar la cabeza unos cuarenta y cinco grados hacia la derecha, como para entender mejor, y seguir indiferente a las amenazas del chico. Entonces, Cosow subió poco a poco tragando saliva, impertérrito; lo dominaban las ansias de salir de aquel lugar y el instinto de supervivencia, utilizaba como combustible la adrenalina que, en ese momento, funcionaba mejor que el queroseno en cualquier reactor dándole una energía y vitalidad dignas de su edad. Cuando iba por el décimo escalón vio al viejo sacar una mano -la izquierda- hacia fuera, dejando a la vista una mano con grandes faltas: tres dedos. Le faltaban a aquel personaje tres dedos, el anular, el índice y el dedo corazón. En su otra mano, un artilugio que sostenía con fuerza. La motosierra que había dejado en el suelo minutos antes tras matar a Völe. La alzó sobre su cabeza y zarandeó con fuerza de un lado para otro tratando de hacerla funcionar.

-No funciona, estúpido.

Se oyó un rugido de motor. La máquina funcionaba y estaba dispuesta a cortar lo que se le pusiera por delante. El hombre sonrió y Cosow alcanzó a ver sus escasos dientes, con un gran brillo amarillento. Calló y de repente -y sin saber porqué- comenzó a reír con cara de sádico y a perseguir escaleras abajo al muchacho. Cosow se lanzó sobre el hombre al llegar al suelo y se apropió de la maquinaria que manejaba el viejo loco aquel para usarla contra el mismo. Imitó al vejestorio ese levantando sobre su cabeza el arma y, en una décima de segundo se paró el tiempo para el chico. Matar se había convertido en un hábito para él, cuando antes no era así, nunca había deseado tan mal a nadie, nunca había llegado más allá de los insultos. Decidió parar esa matanza. De repente, la voz de Rashkolnikov sonó en el silencio nocturno de aquel edificio diciendo: "¡Mátalo!, sabes que quieres hacerlo".

-¿Por qué? -perguntó Cosow-.
-A eso sólo puedes responder tú.

Miraba a todas partes, intentando hallar el rostro de su hermano pero en vano.

-Te has equivocado de persona -sentenció el muchacho mirando al viejo temblar de miedo en el suelo agitándose y llorando-.

Vio como le salían las lágrimas al señor aquel pero le dio igual, cumplió con la orden de su hermano. Se le agarró a la pierna pidiendo compasión pero ya era demasiado tarde; un nuevo ser habitaba ahora en la mente de Cosow. El niño del que Dôrya se enamoró había muerto y nació algo nuevo; algo realmente aterrador que amenazaba con destruir a sus allegados poco a poco, incluyéndola a ella. Sí, también "ella" estaba incluida en las posibles causas de su nuevo carácter y sería una de las que pagara las consecuencias viviendo día a día, si conseguía escapar, la personalidad del chico al que quería -o eso hacía creer-. Volvió en sí y miró a aquel viejo, luego a la motosierra y lo último que pudo observar fue la muerte haciéndose carne en la de aquella persona, sus vísceras por el suelo, los pulmones luchaban por salir de la caja torácica, el hígado parecía dañado pero no por una herida externa, sino por una interna.

-Tendría algún problema con la bebida -pensó el muchacho-.

Arrancó la túnica y se la puso sobre sus hombros por si la necesitara. No llevaba nada más el hombre por debajo; estaba completamente desnudo. Cosow se ensañó con su cuerpo, comenzó a hacer cortes aquí y allá sin parar, le abrió la cabeza, cogió su cerebro y corazón que había dejado de latir hacía poco. Estaba hambriento y no sabía qué comer, así que recurrió al canibalismo. Oyó, años antes, que los órganos humanos no tienen nada tóxico, ni nada malo que pueda ocasionarle daños al comensal. Cuando ya no le quedaba hambre en el cuerpo del chico ni órganos en el del viejo cogió su cabeza y bebió la sangre movido por su sed.
Le dolía el estómago. Pensó que el hígado de aquel bebedor le podía haber causado alguna damnificación importante.

-¡Hijo de puta borracho, me has pegado algo! -gritó Cosow dándole patadas a su cara desfigurándola por completo dejando la nariz rota y ambos labios partidos, soltando la poca sangre que había dejado fluyendo por su cuerpo tras haberlo despellejado y bebido de sus venas-. Ahora sí, vamos allá.

Había cumplido su palabra: le arrancó sus pelotas por no apartarse.

Capítulo X (Parte II)

Pasó una angustiosa noche sin poder anestesiar su dolor -ni el físico ni el psicológico-. Pensaba continuamente en lo que pasaría allí dentro en los próximos segundos, minutos, horas, días, semanas sin Rashkolnikov con a su lado para poder hablar y contarle las cosas que estaba pasando allí encerrado -que aunque sea frío, solitario y no suela hablar con la gente, hace muchísima compañía cuando realmente se necesita a alguien-. Tampoco contaba con la presencia de Dôrya, la personas en la que tantas noches pensó hasta que por fin consiguió tenerla junto a él. Desde que estaban juntos ya no sentía lo mismo; es decir, ya no la quería, era como si después de haber conseguido obtener lo que quería quisiese desprenderse ya de ello.
-¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo pensar, decir?... -se preguntó Cosow a sí mismo-.
Se acurrucó bajo la mesa de la derecha, la que sostenía el objeto más contundente de aquella sala: la motosierra, y se acostó temblando por el frío, el miedo y el dolor de su pierna. Pensó en lo más sensato o precipitado, según el punto de vista de cada uno, que podía hacer en ese momento. Podía esperar tras la puerta a su carcelero con un arma en la mano; cualquiera podría pensar en eso sencillamente, pero hacerlo era diferente. Había que tener suficientes cojones para hacerlo, demasiados, y su edad no le proporcionaba mucha seguridad en sí mismo. Estaba seguro de que si su hermano estuviera allí en su lugar haría lo imposible para arrancarles las pelotas a cada uno de los que estuviesen implicados y hacérselas tragar hasta que las digiriesen. Pero él no. Él siempre fue mucho más tranquilo, más sensato y no hecho para esos actos. El pulso le temblaba y parecía estar sufriendo una crisis; así que se echó a dormir. Durmió toda la noche sin ningún incidente.
A la mañana -imaginó por la falta de orificios con los que comprobarlo- siguiente lo despertaron unos toques a la puerta. Entró un hombre algo más escuálido que Stren, mucho más que él, y con pintas de mayor intelectualidad. Vestía bien, olía bien y tenía una fragancia que lo perseguía allá donde fuera en la habitación; un pelo engominado, negro y escaso que acostumbraba a amoldar como un tic, era un poco más bajo que el muchacho. No iba solo; lo acompañaba, escondido tras en la entrada, el armario con nombre que, según dijo su aprehensor, sólo conocía el alemán.
-Sal, no tengas miedo.
Cosow no salió. Estaba totalmente gobernado por el miedo en ese instante y no se iba a entregar tan fácilmente a cualquiera.
-Stren, ven aquí.
-Hostia, que viene éste mejor salgo -pensó Cosow-.
-Así me gusta.
El hombre mandó con un gesto a su amigo retroceder y éste, asintió con la cabeza retirándose junto a la puerta.
-He venido a por mi respuesta. ¿Has pensado sobre la pregunta que te hizo mi compañero?
-No he podido, he estado muy entretenido jugando con los puzles -contestó rápidamente Cosow-.
-Valiente, muchacho. Muy valiente, dado que en cualquier momento podría mandar que te cortaran en trozos y te sirvieran sobre una bandeja en mi mesa como cena para mi familia.
Cosow no dijo nada, simplemente bajó la cabeza y cerró los ojos agarrándose la pierna procurando no producirse más daño. La herida la tenía infectada, llena de polvo y más mierda que había por esa mugrienta habitación.
-¿Quién te ha hecho eso, muchacho? -preguntó el hombre engominado-.
Continuó callado, sin mediar palabra.
-¡He dicho que ¿quién te ha hecho eso?! -repitió cogiendo un arma de la mesa y agachándose con intención de dañarlo.
-No lo sé, no lo sé -respondió tapándose con las manos Cosow-. Era un hombre que vino tras de Stren.
-Espera aquí, ahora vuelvo.
El muchacho, asustado, asintió y se tranquilizó poco a poco al ver que el hombre dejaba el cuchillo encima de la mesa con parsimonia. Recolocó su abrigo sobre sus hombros y mandó a su acompañante vigilarlo hasta que volviera. Se miraron ambos durante todo el tiempo que tardó aquel señor en volver sin pestañear. Cuando volvió a la sala con alguien arrastrado por el suelo pidiendo auxilio.
-Fue éste, ¿verdad?
-Sí, ¿por qué?
-Toma, haz lo que quieras con él; véngate.
Lo sentó en la silla y lo ató como estaba antes Cosow.
-Ahí tienes toda la indumentaria, instrumental… Yo esperaré hasta que su corazón termine por el suelo y sin saltar.
-No voy a matar a un hombre porque me haya hecho esto -dijo Cosow señalando al hombre en la silla-.
-Si no muere él morirás tú. Esto va así: de aquí solamente podemos salir vivas dos personas, uno de vosotros y yo. Tú decides quien quieres que sea ese "uno".
El muchacho quedó en silencio pensando, mirando a aquel pobre hombre llorando. No se le veía tan fuerte en ese momento.
-Para que sea más interesante voy a soltarlo y os voy a dar todo el edificio para luchar. Tenéis sobre las mesas las armas y bajo vuestros pies el campo de batalla. Caballeros, cuando queráis.
Cosow cogió rápidamente la motosierra que tanto le había gustado y huyó fuera de la habitación.
-Völe, mata a ese chico -le mandó el engominado-.
Se levantó de la silla con decisión, cogió unos cuantos cuchillos, los colocó en su pantalón y alicates y tenazas en sus bolsillos. El muchacho intentaba activar su arma pero no lo conseguía, no funcionaba a pesar de tener un aspecto de ser nueva. Subió las escaleras para salir de aquel sótano rápidamente, de dos en dos y de cuatro en cuatro si le cuadraba. Vio que había una puerta, al fondo del pasillo y se dirigió hacia ella pero, cómo no, estaba cerrada con llave. Tras de sí había unas escaleras con una alfombra roja desteñida por el paso del tiempo que subió hasta llegar a un gran pasillo, mucho más grande del que acababa de salir. Oyó una voz:
-Ven aquí, hijo. Ten cojones a salir de tu escondite y pelea como un jodido hombre.
Ni se inmutó. Estaba demasiado pendiente de escapar y encontrar lo que buscaba: una salida. Abrió una puerta y no había nada, literalmente nada; estaba desamueblada con las marcas de las paredes a medio pintar y el suelo con algunos cortes largos, realmente largos. Abrió otra puerta y vio un montón de muñecos; de repente, le vino a la cabeza la visión de la casa de los Borg, la habitación junto a las criaturas que lo habían atrapado. Su pupila abarcó por completo el espacio del ojo y atrapó toda la luz que pudiera haber a esas horas de la tarde en **** como un agujero negro. No se lo pensó más y entró.
Völe abrió la misma puerta que él mas no vio nada, solamente lo que Cosow observó hacía medio minuto. Entró y trató de encender la luz pero no había, estaban fundidos los plomos de todas las habitaciones, sólo se salvaban las bombillas de los pasillos.
-¿Dónde estás maldito hijo de perra? Atrévete a salir y verás como terminas. Vas a limpiar el suelo con tu lengua hasta que brille mi rostro manchado con la sangre de tus entrañas.
Cosow estaba detrás de la puerta, le cogió un cuchillo de detrás del pantalón, uno de carnicero que hirió al hombre con una pequeña laceración en la espalda sin querer. Cuando éste se dio la vuelta y observó la amenaza que se le presentaba tras su espalda e hizo ademán de sacar un arma y abalanzarse contra el muchacho pero, en cuanto le vio las intenciones el chico, ensartó el cuchillo del que se acababa de apropiar en el ojo derecho de su contrincante dejándolo tirado en el suelo retorciéndose de dolor y desangrándose por aquel nuevo orificio.
-¿Que me ibas a matar, hijo de puta? ¡Atrévete a si quiera intentarlo!
El chico le pegó una patada al cuchillo haciendo que se moviera en vertical agrandando la incisión en su globo ocular y lo abandonó en aquella lúgubre sala junto a un charco de sangre. Soltó la motosierra en el pasillo de la planta baja pensando que ya no le daría uso -y menos si no funcionaba-. Abrió la puerta del sótano y dijo:
-Ya está; creo que el resultado es evidente.
-Bravo, Cosow. Ahora dime: ¿te has sentido diferente matando a alguien que te ha herido?
-La verdad es que sí aún estando en contra de mis principios, pero en esta sociedad ¿quién los valora?
-Exacto. Esa es la actitud que debes tener. Ya es de noche así que puedes marcharte, has cumplido tu parte del trato y yo siempre me he caracterizado por una persona leal a su palabra.
-Muchas gracias -dijo Cosow dando la vuelta y dirigiéndose a la puerta-. Auf Wiedersehen, Stren.
-Auf Wiedersehen.
Cuando llegó a la puerta comprobó que la puerta continuaba cerrada y gritó:
-¡Esto está cerrado! ¿Cómo hago para salir?
-Yo te he dicho que podías marcharte, no que te iba a facilitar la huida.
Cosow miró escaleras arriba y se aventuró a subirlas en busca de salida dado que esa planta no tenía ninguna ventana ni nada por lo que salir.
-Allá vamos, la libertad, a unos peldaños de distancia.