sábado, 13 de noviembre de 2010

Capítulo XV (Parte III)

En una atmósfera envenenada por los recuerdos se oían los preliminares del sonar de la campana sobre la iglesia. Aquel edificio tuvo su época, un período de esplendor fantástico que abarcaba más allá de donde la imaginación alcanza; siempre habitada por seres, físicos o metafísicos, que la abandonaron. Aunque ahora sólo resida en ella una gran melancolía e hidras que se levantaban hasta el tejado. Contaba la gente que algunos frailes continuaban viviendo allí presos del sentimiento de culpabilidad por el incendio, supuestamente accidental. Aquel edificio era una construcción datada en el año 1868, constaba de una gran puerta principal con unas dimensiones descomunales, unos vidrios de colores en los que se representaban imágenes religiosas y una cruz de madera inmensa que adornaba el fondo de la iglesia. Cuando alguien entraba en aquel templo, lo embriagaba una sensación de grandiosidad que lo elevaba a más allá de Dios, o el ente que habitara ese edificio; unos bancos de madera desgastada por Cronos constituían, junto a unos grandes arcos decorativos, el interior de la iglesia casi con categoría de catedral por quien habitó allí en sus tiempos de auge. Por último, al final del pasillo, junto a la cruz, un monumento de culto a un santo, no sabía quién era, pero sabía que lo era por aspectos que lo caracterizaban.

La hora que había acordado con Dôrya se avecinaba, sólo quedaban unos minutos escasos que se atragantaban en el tiempo; no pasaban los segundos, sino que parecían ir hacia atrás. Cada paso que daba Cosow hacia la casa de su amiga era un brusco golpe en su corazón y un gran chorro de vinagre y sal en las heridas abiertas por la nostalgia de aquellos tiempos de felicidad entre Tresâh, Fröde y Sorela al pasar por aquellas calles; cuando se sentía un hombre cada vez más afortunado por cada grano de arena que se deslizaba en el reloj de arena que regía su mundo. Había vuelto a sus orígenes para buscar teorías que definiesen sus costumbres, que le ayudasen a comprender lo que le había hecho cambiar así, además de la experiencia en su actual residencia, y dejar atrás a los sentidos que le mandaban comportarse. De tanto pensar comenzaba a perder la cabeza, y eso le gustaba; más bien le encantaba, los días en los que perdía el norte lo fascinaban. Se anestesiaba con alcohol o con un vinilo donde había inyectado sus pesadillas para dejarlas fluir por el planeta a sus anchas, cabalgar libres por las mentes de la gente y perturbar los sentimientos de cada víctima. Cuando se quiso dar cuenta, se vio caminando sobre baldosas amarillas, como Dorothy hacia sus sueños en Oz; solo entre multitud de gente que paseaban por allí -algo infrecuente en ****-.
Al sonar las campanas se percató de que la hora había pasado y que su fama de impuntual se haría presente una vez más incluso en la delicada situación en la que estaba sumido.

-Apologïη, Dôrya.
Cosow quedó extrañado, a la par que la muchacha que le preguntó qué era eso.
-Pues no lo sé, me salió de dentro; fue un acto reflejo.
-Si tú lo dices… Entra, entra.

El muchacho se adentró en la casa y le preguntó si había alguien en casa a lo que ella respondió que no. Hizo los halagos pertinentes sobre su espacioso salón y se sentó en uno de los sofás.

-¿Quieres tomar algo?
-No, muchas gracias; es que acabo de pasar de la iglesia y se me quitó el hambre.
-¿Otra vez con esas tonterías, Cosow?
-Es que es verdad, escamotea mi apetito cada vez que paso por delante.
-Pasa por un lado.

Él se la quedó mirando de reojo observándola allí, temblorosa con las manos en los bolsillos de detrás del pantalón en un intento de evitar que se notara su estado.

-Bueno, ¿has venido a la ciudad a algo en especial?
-¿Te lo tengo que repetir? He venido a por ti.
-¿A por mí?
-En efecto, voy a sacarte de aquí, de este ambiente y llevarte junto a mí hasta mi mundo.
-¿De qué mundo hablas?
-Hablo de un lugar de donde la gente cae del cielo.
-¿Dónde está eso?
-Fuera de aquí, de las barreras que **** utiliza para aprisionar a sus habitantes.
-Contigo voy a donde sea, Cosow. ¿Y para cuando sería tal viaje?
-Dentro de dos años.
-¿Dos? ¿Por qué dos?
-Dos, verás lo que ocurre.

Se levantó y se dirigió a besarla hasta que recordó que ella no quería, por lo que corrigió a tiempo y la abrazó durante unos minutos. Tenía -el cuarto- un tocadiscos viejo, casi como el que él tenía en su casa; lo vio y fue hacia él observándolo detalladamente, reparando en cada detalle que resaltaba en aquella fuente de felicidad para el muchacho. En ese momento precisaba ese vinilo que dejó olvidado en el cajón de Rashkolnikov, el segundo de la mesilla de la izquierda que prestó y nunca fue devuelto.

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