domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo XVI (Parte I)

-Es algo viejo, ¿no? -preguntó Dôrya refiriéndose al tocadiscos-.
-Sí, bastante; pero son los mejores, los que producen un sonido oscuro, duro y apenas tangible.
-Ah, ¿sí? Entonces te hartarías de escuchar todas las tonterías que me han ido regalando mis padres a lo largo de mis cumpleaños para oír.
-¿Por qué? ¿Qué te regalaron?
-¡Vinilos de gente muerta que aburre a más no poder! Son todos una tontería, ¿verdad?
-Ni de coña. Lo mejor que se ha hecho es lo que aún perdura, para bien y para mal.
-¿Así que te gusta Mozart, Beethoven y esos compositores de música clásica?
-En efecto, el que más: Haydn.
-¿Por qué?
-No lo sé, su música produce unas imágenes en mi cabeza que pocos más alcanzan.
Dôrya agachó la cabeza y salió de la habitación dejando a Cosow fascinado por el objeto del que habían estado hablando. Posó su dedo índice sobre el disco que estaba en la base y comenzó a darle vueltas poco a poco diciendo:
-Todo es un sueño; el mundo no gira.
Los sucesos que estaba experimentando aquellos días habían hecho mella en su cerebro perturbándolo hasta unos límites inimaginables y, sobre todo, intrigantes. Si antes era emocionante hablar con él por su forma de pensar, las contestaciones que te daba… Ahora era mucho mayor la sensación.
-¿Salimos? -preguntó la muchacha con un abrigo sobre sus hombros-.
-Creo que no, tengo que irme; he de estar temprano en casa.
-¿Qué tal Rashkolnikov?
-Genial, como siempre.
Cosow no le había dicho nada a Dôrya y prefería seguir como estaba. No quería decirle que había pasado un día eterno, largo como un desierto; que cuando llegó a casa tras ese percance su hermano lo recibió fría y duramente, que había estado viviendo con una familia perturbada que se dedicaba a aniquilar a gente y comérsela luego… Eran aspectos que no quería que supiera; al menos por ese momento.
-¿Dónde tienes que ir?
-Ya te lo he dicho: a casa.
-Si sólo son las seis y diez.
-Más que tarde para mí. Me voy.
-Bueno, pues nada. ¿Me das un beso?
-¿Ya estás lista?
-No, era para ver qué respondías.
Cosow sonrió cabizbajo mirándola de reojo y la besó en la mejilla susurrándole un profundo te quiero". Cruzó el pasillo y salió por la puerta. Era un peregrino sin morada y con destino incierto que a veces sentía la necesidad de verse muerto, tirado en el suelo derramando sinsentido por su boca en lugar de aliento. Cuando salió de allí fue a su casa a buscar a Rodka y contarle todo lo que le había pasado, sentados en su mohoso y añorado sofá. Subió las escaleras y abrió la puerta despacio por si se había echado la siesta su hermano como solía hacer en los días como aquél. En efecto, allí estaba; tumbado en el sofá cara arriba y con su amado libro en el estómago agarrado por ambas manos. El muchacho trató de arrebatárselo con sigilo, pero no hay silencio más ruidoso que el sigilo para Rashkolnikov.
-¿Qué haces aquí, enano?
-Venía a explicarte mi ausencia durante estos días.
-Que sí, que te secuestraron, ¿no?
-Y me torturaron.
-¿También? Un completo, qué bien.
-Lo he pasado muy mal.
-Ya se te ve -dijo Rodka mirando la bragueta del pantalón de Cosow-. ¿De dónde vienes?
-De casa de Dôrya.
-Entonces lo entiendo.
-¿El qué?
-Nada. ¿Cómo es que sigues hablándote con ella después de lo que te hizo?
-Porque la quiero, y porque le debo algo después de destrozarle la vida a su ex-novio.
-Cierto, ¿qué tal el tetrapléjico ese?
-No lo sé, no pregunté.
-Mejor. Bueno, me querías contar algo, ¿no? Comienza, entonces.
-Voy, pero antes… ¿Puedes abrir la ventana? Cuando termines empiezo.
-Está bien.
Rashkolnikov se levantó del sofá y se dirigió hacia los ventanales del salón.
-Ya está; puedes comenzar.

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