domingo, 31 de octubre de 2010

Capítulo XI (Parte II)

Alzó la vista y vio todo más claro, más luminoso. Las sombras se habían desvanecido y algo no terminaba de gustarle a Cosow. Si está el pasillo encendido es que alguien ha activado la luz y recordó que su libertador no le daría ninguna facilidad, así que no encendería la luz para mejorar la visión de su preso.
-Cogeré la motosierra por si las moscas -dijo Cosow mirando al cadáver-.
Limpió con su lengua la sangre vertida sobre el objeto y se encaminó hacia el final de las escaleras. Al principio todo era normal; estaba la puerta tal y como la dejó al irse después de matar a Völe pero no estaba el cuerpo. Alguien se lo había llevado dejando tras de sí un rastro de sangre fresca. Anduvo hasta alcanzar el marco de la puerta y sostenerse, estaba agotado por el esfuerzo que había realizado hasta entonces; miró a la ventana y rio con un gesto de satisfacción. Cuando iba a dar el primer paso sintió que algo goteaba en su hombro izquierdo, lo miró y observó que era seca chupándose el dedo manchado de aquel líquido rojizo; echó la vista hacia el techo y vio a Völe descender en picado sobre él, aunque le dio tiempo a apartarse antes de resultar herido por el cuchillo que, momentos antes, habían nublado a medias la vista del hombre.
-Ven aquí, te arrancaré un ojo y te lo enseñaré para que veas lo que me has hecho.
-Lo veo perfectamente, que yo tengo los dos, no como tú -dijo riendo Cosow-.
El hombre se abalanzó sobre el muchacho pero este hizo un pequeño movimiento de evasión hacia la izquierda dejando pasar al tuerto a su lado, lo agarró y lo puso de rodillas quitándole su arma de la mano y posándola en el cuello de su presa.
-¿Te remato?
-Adelante, haz lo que quieras, pero no podrás salir de esto-.
-¿De esto? ¿Qué es "esto"?
Völe se aferró al cuchillo y se cortó el cuello con una gran incisión de un lado a otro de la garganta dejando una buena salida a su sangre, que caía como una catarata sobre su camiseta gris vieja. Cosow se despertó, asombrado de todo lo que estaba haciendo, presenciando en ese día, era todo demasiado realista para él. Rematado el último obstáculo que lo separaba de la libertad se dirigió hacia la ventana y vio la gran caída que había hasta el suelo así que quedó cavilando junto al cuerpo inerte de su enemigo.
-Ya sé -dijo el muchacho-; solamente voy en primero de carrera pero sé que un intestino delgado de un adulto puede medir hasta siete metros, suficiente para hacer una cuerda que llegue desde la ventana hasta la calle.
Cogió a aquel individuo y lo abrió en canal echando los órganos inservibles a un lado. Fue sacando el intestino del abdomen poco a poco, como quien recoge una cuerda, haciendo un montón a su lado. Cuando terminó de sacarlo por completo pensó en cortarlo con el cuchillo pero prefirió dar un último gran tirón sacando también, sin querer, el estómago del muerto.
-Ya que estamos, saquemos lo demás.
Sacó todo, solamente dejó sana la cabeza. Comenzó a jugar con los pulmones, hacía malabares con el hígado, vesícula biliar y el páncreas dejando sus manos completamente impregnadas de aquel líquido repugnante que tanto parecía agradar al muchacho. Rompió el cristal con uno de los pulmones y reventó contra el suelo el estómago dejando esparcirse un líquido marrón claro sobre el suelo de la habitación. Anudó a la barandilla de la escalera un extremo de lo que iba a utilizar como cuerda y dejo caer por la ventana el resto, se agarró y descendió a través de la oscuridad.
Al llegar al suelo lo primero que pensó fue en llegar a casa, pero luego algo le dijo que no debía hacer eso, que no lo recibirían con los brazos abiertos, sino dispuestos a castigarlo cruelmente por su desaparición, así que decidió esperar. Era de noche pero sus pupilas estaban suficientemente dilatadas como para poder ver con una decente claridad lo que había a su alrededor. Un vasto terreno completamente infestado de flores, árboles y arbustos sería a partir de ese momento el hogar del muchacho. Había aprendido a sobrevivir, a anteponer sus necesidades a sus principios y le encantaba; no quiso cambiar nunca. Aplicaría ese método también junto a sus seres queridos. Contra ellos todo sería más fácil.
Pasaron los días, las semanas…
El paso del tiempo acrecentaba el odio de Cosow hacia la raza humana. Era un misántropo convencido. Cuando era quince de abril decidió salir a la superficie, asomar la cabeza en la civilización. Regresó junto a Rodka, Dôrya, Sorela, Fröde y Tresâh. Al llegar a casa era por la tarde, poco después de la hora de comer. Se había alimentado hasta ese momento de los animales que conseguía cazar; cuando no podía comer no comía, soportaba lo que se le echara encima, las condiciones climatológicas y el miedo que ya apenas tenía cabida en su mente.
-Buenas noches, hermano.
-Hola, ¿dónde estabas?
-¿Yo? Secuestrado. ¿Qué hay para comer en casa?
-Secuestrado, bien. No hay nada, como siempre.
-Genial. En el bosque esto no me pasaba.
-¿Qué has dicho?
-¿Qué? No, nada. Me alegro de volver.
-Ah, vale; adiós.
Rashkolnikov se fue a la calle y Cosow se echó en su cama a dormir. Lo necesitaba; precisaba urgentemente una superficie blanda donde yacer. Pasaron las horas y vio su móvil sobre la mesilla al despertar reflejado en el espejo. Tenía muchísimas llamadas de Dôrya, pero aún más de cada una de sus amigas, parecía que les importaba más a ellas que a su propia chica. No le dio mayor importancia y volvió a dormir; mañana ya pensaría sobre eso.

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