sábado, 30 de octubre de 2010

Capítulo X (Parte II)

Pasó una angustiosa noche sin poder anestesiar su dolor -ni el físico ni el psicológico-. Pensaba continuamente en lo que pasaría allí dentro en los próximos segundos, minutos, horas, días, semanas sin Rashkolnikov con a su lado para poder hablar y contarle las cosas que estaba pasando allí encerrado -que aunque sea frío, solitario y no suela hablar con la gente, hace muchísima compañía cuando realmente se necesita a alguien-. Tampoco contaba con la presencia de Dôrya, la personas en la que tantas noches pensó hasta que por fin consiguió tenerla junto a él. Desde que estaban juntos ya no sentía lo mismo; es decir, ya no la quería, era como si después de haber conseguido obtener lo que quería quisiese desprenderse ya de ello.
-¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo pensar, decir?... -se preguntó Cosow a sí mismo-.
Se acurrucó bajo la mesa de la derecha, la que sostenía el objeto más contundente de aquella sala: la motosierra, y se acostó temblando por el frío, el miedo y el dolor de su pierna. Pensó en lo más sensato o precipitado, según el punto de vista de cada uno, que podía hacer en ese momento. Podía esperar tras la puerta a su carcelero con un arma en la mano; cualquiera podría pensar en eso sencillamente, pero hacerlo era diferente. Había que tener suficientes cojones para hacerlo, demasiados, y su edad no le proporcionaba mucha seguridad en sí mismo. Estaba seguro de que si su hermano estuviera allí en su lugar haría lo imposible para arrancarles las pelotas a cada uno de los que estuviesen implicados y hacérselas tragar hasta que las digiriesen. Pero él no. Él siempre fue mucho más tranquilo, más sensato y no hecho para esos actos. El pulso le temblaba y parecía estar sufriendo una crisis; así que se echó a dormir. Durmió toda la noche sin ningún incidente.
A la mañana -imaginó por la falta de orificios con los que comprobarlo- siguiente lo despertaron unos toques a la puerta. Entró un hombre algo más escuálido que Stren, mucho más que él, y con pintas de mayor intelectualidad. Vestía bien, olía bien y tenía una fragancia que lo perseguía allá donde fuera en la habitación; un pelo engominado, negro y escaso que acostumbraba a amoldar como un tic, era un poco más bajo que el muchacho. No iba solo; lo acompañaba, escondido tras en la entrada, el armario con nombre que, según dijo su aprehensor, sólo conocía el alemán.
-Sal, no tengas miedo.
Cosow no salió. Estaba totalmente gobernado por el miedo en ese instante y no se iba a entregar tan fácilmente a cualquiera.
-Stren, ven aquí.
-Hostia, que viene éste mejor salgo -pensó Cosow-.
-Así me gusta.
El hombre mandó con un gesto a su amigo retroceder y éste, asintió con la cabeza retirándose junto a la puerta.
-He venido a por mi respuesta. ¿Has pensado sobre la pregunta que te hizo mi compañero?
-No he podido, he estado muy entretenido jugando con los puzles -contestó rápidamente Cosow-.
-Valiente, muchacho. Muy valiente, dado que en cualquier momento podría mandar que te cortaran en trozos y te sirvieran sobre una bandeja en mi mesa como cena para mi familia.
Cosow no dijo nada, simplemente bajó la cabeza y cerró los ojos agarrándose la pierna procurando no producirse más daño. La herida la tenía infectada, llena de polvo y más mierda que había por esa mugrienta habitación.
-¿Quién te ha hecho eso, muchacho? -preguntó el hombre engominado-.
Continuó callado, sin mediar palabra.
-¡He dicho que ¿quién te ha hecho eso?! -repitió cogiendo un arma de la mesa y agachándose con intención de dañarlo.
-No lo sé, no lo sé -respondió tapándose con las manos Cosow-. Era un hombre que vino tras de Stren.
-Espera aquí, ahora vuelvo.
El muchacho, asustado, asintió y se tranquilizó poco a poco al ver que el hombre dejaba el cuchillo encima de la mesa con parsimonia. Recolocó su abrigo sobre sus hombros y mandó a su acompañante vigilarlo hasta que volviera. Se miraron ambos durante todo el tiempo que tardó aquel señor en volver sin pestañear. Cuando volvió a la sala con alguien arrastrado por el suelo pidiendo auxilio.
-Fue éste, ¿verdad?
-Sí, ¿por qué?
-Toma, haz lo que quieras con él; véngate.
Lo sentó en la silla y lo ató como estaba antes Cosow.
-Ahí tienes toda la indumentaria, instrumental… Yo esperaré hasta que su corazón termine por el suelo y sin saltar.
-No voy a matar a un hombre porque me haya hecho esto -dijo Cosow señalando al hombre en la silla-.
-Si no muere él morirás tú. Esto va así: de aquí solamente podemos salir vivas dos personas, uno de vosotros y yo. Tú decides quien quieres que sea ese "uno".
El muchacho quedó en silencio pensando, mirando a aquel pobre hombre llorando. No se le veía tan fuerte en ese momento.
-Para que sea más interesante voy a soltarlo y os voy a dar todo el edificio para luchar. Tenéis sobre las mesas las armas y bajo vuestros pies el campo de batalla. Caballeros, cuando queráis.
Cosow cogió rápidamente la motosierra que tanto le había gustado y huyó fuera de la habitación.
-Völe, mata a ese chico -le mandó el engominado-.
Se levantó de la silla con decisión, cogió unos cuantos cuchillos, los colocó en su pantalón y alicates y tenazas en sus bolsillos. El muchacho intentaba activar su arma pero no lo conseguía, no funcionaba a pesar de tener un aspecto de ser nueva. Subió las escaleras para salir de aquel sótano rápidamente, de dos en dos y de cuatro en cuatro si le cuadraba. Vio que había una puerta, al fondo del pasillo y se dirigió hacia ella pero, cómo no, estaba cerrada con llave. Tras de sí había unas escaleras con una alfombra roja desteñida por el paso del tiempo que subió hasta llegar a un gran pasillo, mucho más grande del que acababa de salir. Oyó una voz:
-Ven aquí, hijo. Ten cojones a salir de tu escondite y pelea como un jodido hombre.
Ni se inmutó. Estaba demasiado pendiente de escapar y encontrar lo que buscaba: una salida. Abrió una puerta y no había nada, literalmente nada; estaba desamueblada con las marcas de las paredes a medio pintar y el suelo con algunos cortes largos, realmente largos. Abrió otra puerta y vio un montón de muñecos; de repente, le vino a la cabeza la visión de la casa de los Borg, la habitación junto a las criaturas que lo habían atrapado. Su pupila abarcó por completo el espacio del ojo y atrapó toda la luz que pudiera haber a esas horas de la tarde en **** como un agujero negro. No se lo pensó más y entró.
Völe abrió la misma puerta que él mas no vio nada, solamente lo que Cosow observó hacía medio minuto. Entró y trató de encender la luz pero no había, estaban fundidos los plomos de todas las habitaciones, sólo se salvaban las bombillas de los pasillos.
-¿Dónde estás maldito hijo de perra? Atrévete a salir y verás como terminas. Vas a limpiar el suelo con tu lengua hasta que brille mi rostro manchado con la sangre de tus entrañas.
Cosow estaba detrás de la puerta, le cogió un cuchillo de detrás del pantalón, uno de carnicero que hirió al hombre con una pequeña laceración en la espalda sin querer. Cuando éste se dio la vuelta y observó la amenaza que se le presentaba tras su espalda e hizo ademán de sacar un arma y abalanzarse contra el muchacho pero, en cuanto le vio las intenciones el chico, ensartó el cuchillo del que se acababa de apropiar en el ojo derecho de su contrincante dejándolo tirado en el suelo retorciéndose de dolor y desangrándose por aquel nuevo orificio.
-¿Que me ibas a matar, hijo de puta? ¡Atrévete a si quiera intentarlo!
El chico le pegó una patada al cuchillo haciendo que se moviera en vertical agrandando la incisión en su globo ocular y lo abandonó en aquella lúgubre sala junto a un charco de sangre. Soltó la motosierra en el pasillo de la planta baja pensando que ya no le daría uso -y menos si no funcionaba-. Abrió la puerta del sótano y dijo:
-Ya está; creo que el resultado es evidente.
-Bravo, Cosow. Ahora dime: ¿te has sentido diferente matando a alguien que te ha herido?
-La verdad es que sí aún estando en contra de mis principios, pero en esta sociedad ¿quién los valora?
-Exacto. Esa es la actitud que debes tener. Ya es de noche así que puedes marcharte, has cumplido tu parte del trato y yo siempre me he caracterizado por una persona leal a su palabra.
-Muchas gracias -dijo Cosow dando la vuelta y dirigiéndose a la puerta-. Auf Wiedersehen, Stren.
-Auf Wiedersehen.
Cuando llegó a la puerta comprobó que la puerta continuaba cerrada y gritó:
-¡Esto está cerrado! ¿Cómo hago para salir?
-Yo te he dicho que podías marcharte, no que te iba a facilitar la huida.
Cosow miró escaleras arriba y se aventuró a subirlas en busca de salida dado que esa planta no tenía ninguna ventana ni nada por lo que salir.
-Allá vamos, la libertad, a unos peldaños de distancia.

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