viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo I (Parte I)

Dos personas salían de un portal casi a las dos de la madrugada del viernes veintitrés de marzo; había llovido aquella tarde y podías ver tu reflejo en los charcos formados por la acumulación de agua en los lados de la acera. En la tele habían dicho que aquella noche se notaría una ligera neblina de vapores. Tras esa capa sólo se veía una sombra difuminada y ensombrecida por la luz de la luna y la oscuridad de la noche. Te fijabas como el tiempo pasaba cada segundo más lento que el anterior y más rápido que el siguiente pero no sabías porqué, te gustaba ése sitio. Ese oasis de tranquilidad en el que nada importa. Esos dos chicos, adolescentes, andaban por la calle a esas altas horas de la madrugada cuando de pronto uno de ellos se para en medio del asfalto y le dice al otro:
- Rashkolnikov, ¿y si nunca llegara ese momento?
- ¿Llegar qué momento, hermano? -preguntó extrañado el joven-.
- ¿Qué momento va a ser? Me refiero, obviamente, al momento en el que por fin nos demos, ambos, cuenta de lo que hacemos aquí -respondió el hermano-.
- ¿Por qué se te da por pensar en eso, Cosow? ¿Te ha pasado alguna cosa que me hayas ocultado después de tantos años de confianza?
- No, es simplemente que me siento muy insignificante ahora mismo y no encuentro mi lugar en estas calles. Acabo de fijarme en la claridad del cielo y la luz que emana la Luna y en la cantidad de estrellas que nos estarán mirando en este preciso instante.
Cosow adelantó a su hermano y se dispuso a entrar en el bar que hacía esquina en la misma. El bar Pulce. Se sentaron en una mesa y empezaron a hablar de lo que habían hecho aquella tarde esperando a que les preguntaran por lo que querrían tomar.
- ¿Qué van a tomar, caballeros? -preguntó el camarero-.
Aquel, era un hombre alto, casi calvo y con unos ojos oscuros como aquella noche.
- Cosow, ¿qué tomarás?
- Vodka; quiero arder -respondió el muchacho con una cara de pesimismo absoluta-.
- Dos, por favor -aclaró el mayor de ellos-.
El hombre se retiró con una enorme sonrisa falsa hasta que llegó a la barra. En aquel lugar se oía, solamente, el barullo formado por los alcohólicos que plagaban ese lugar. De pronto se hizo el silencio cuando la puerta fue abierta por el viento y la abertura minúscula fue objeto de las miradas de todos los que se hallaban en aquel lugar pero al ver que no había sido nada importante, cada uno siguió con lo suyo, como si nada hubiese pasado. El camarero les trajo los vasos con sus vodkas y entonces, Rashkolnikov, entabló una conversación con su hermano.
- ¿Crees que a mamá le habría gustado verte así, bebiendo a tu edad y a mí dejándote hacerlo?
- No la llames así, hermano -dijo Cosow con esa mirada amenazadora que suelen poner los locos-.
- ¿Por qué no? Es tu madre te guste o no.
- Sólo fue una persona, ahora muerta, que no hizo absolutamente nada por su familia nunca.
Rashkolnikov miró su vaso intacto con una cara comprensiva, cerró los ojos y se dejó llevar. Se oyó un fuerte golpe que atrajo la atención de todos cuantos había en aquella sala. Cosow tenía un lado de su cara colorada como la sangre que le salía de la oreja en ese momento. Su hermano se miró la mano con cara de asombro, se dirigió hacia la barra, pagó y se fue bajo la lluvia que caía sobre aquel pueblo demente, dejando a su hermano en el bar acosado por las miradas de borrachos y drogadictos.

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