viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo V (Parte I)

"Hiere la sangre, hiere al momento,
hiere en la carne y surgen lamentos,
hiere la vida, hiere la muerte,
escucho en mi mente: pena de suerte."
Fueron las palabras que volaron sobre la cabeza de Rodka nada más comenzar a huir. Unos versos que había inventado en segundo de carrera para mostrar lo que pensaba sobre la muerte, vida y dolor. Con eso pretendía reflejar, junto con más versos, que sufre tanto en la vida como lo haría con la muerte ya que su suerte de aquel entonces era, más bien, escasa. Todo le salía mal.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Cosow al recobrar la consciencia-.
-Nada, ahora calla y duerme -lo tranquilizó su hermano-, te avisaré cuando lleguemos a casa.
Anduvieron por espacio de más de una hora, perdidos en el espacio y en el tiempo, en otra dimensión tras el trauma que acabaron de vivir. Cuando hubieron llegado a casa, allá por las 22:00, dejó caer a su hermano sobre el sofá mugriento de la sala y se dirigió al baño; llevaba con ganas desde el incidente en casa de los Borg. Al terminar, solamente al terminar, se dio cuenta cuando bajó la tapa del váter de que tenía la mano completamente destrozada; se había llevado un buen recuerdo de aquel suceso. La herida era muy profunda y le costaba mover los dedos sin producirse daño alguno. "Lástima que Cosow no haya empezado la carrera" pensó entre risas. Cogió una toalla e hizo un rollo con ella, la introdujo en la boca y cerró la puerta del cuarto de baño para no despertar a su hermano. Unos algodones y un bote de alcohol prometían un dolor insoportable que, para él, sería eterno.
-Tengo que hablar contigo, Rashkolnikov.
Estaba sobre el váter, sentado y apretando con fuerza los algodones contra su puño. Observó a su hermano con una cara de odio y dolor combinadas en una mezcla explosiva que estallaría de un momento a otro.
-La mujer, el hombre, la casa, esa lengua…
-Ve a la sala y espérame allí. Iré en un momento y responderé a tus preguntas; mereces saberlo todo.
Se cerró la puerta con un leve chirrido, casi inaudible.
Cuando pasaron diez minutos de reloj y Cosow estaba impaciente, Rodka salió del baño con una gasa y esparadrapo inmovilizando la mano con el dolor dibujado en el rostro.
-Cuéntame, ¿qué era aquello?
-Empecemos desde el principio: aquellas dos personas que habitaban esa casa eran los señores Borg, una familia que tuvo su época en esta ciudad.
-Y ¿ya está? -preguntó casi gritando su hermano-.
Rashkolnikov le hizo un gesto para que se detuviera y quedara en silencio y siguió contando.
-Corría el año 1995, contaba yo con siete años recién cumplidos hacía tres días. Treinta de noviembre y unas calles infestadas de gente y adornos navideños ya a esas alturas. Tú tenías dos años escasos desde junio. Caminaba yo, por la plaza Koshya, cuando oí unos gritos ensordecedores que provenían de la esquina noreste del lugar donde me hallaba. No era muy obediente de pequeño, y sumando el afán que papá y mamá sentían por la literatura rusa, surgió mi nombre. No sé si alguna vez te lo contaron.
Todo esto viene a que el hecho de no ser demasiado sumiso me llevó a entrar en aquella taberna maloliente que atraía mi inocente atención y ver cosas que no debería haber visto con mi edad, como borrachos mendigando una gota de "anestesia", drogadictos tirados por las paredes y señoras que cortejaban a caballeros por una copa. Salí de aquel tugurio y giré ciento ochenta grados por la calle Dask, dejando a mis ojos la vieja casa de los Borg. Nunca me habían hablado de aquel lugar; ese sitio no cabría en mi imaginación de niño de siete años, pero al final, entró. Yo hice lo propio y me apresuré a girar el picaporte de la puerta principal. El chirrido se pudo escuchar en cualquier zona a bastantes metros. "Esta casa necesita una buena mano de pintura" pensé. Oscuridad era lo único que mis ojos alcanzaban a ver. Era aun tarde, pero la luz no se atrevía a entrar a través de esas ventanas por miedo a quedar atrapada en el crepúsculo propio de aquella casa.
Subí por las escaleras y llegué a la misma habitación en la que te escondiste tú; la de las marionetas. Por eso sabía todo lo que me encontraría en esa habitación -no lo digo por los monstruos, sino por el armario y las camas- y la manera como utilizarlo. No parecía haber nadie en casa, ya que no se escuchaban ruidos a parte de mi propia respiración. Un sonido seco hizo que mi corazón diera un vuelco y casi saltase por mi boca. Bajé al piso de abajo para averiguar qué pasaba. Vi que una ventana se había abierto y el viento que entró por ella tiró una pequeña taza blanca para tomar café. Giré la cabeza y vi exactamente lo mismo que tú. Aquella mujer se tambaleaba de un lugar a otro mecida por el viento con la cara desfigurada y los ojos abiertos observándome. Quedé helado. Muerte asomaba por su boca y su cabello sucio y pobre le llegaba a más de la mitad de la espalda. Tenía una camisa roja y blanca a cuadros grandes sin nada por debajo y unos vaqueros cortos. Descalza. ¿Por qué descalza? No lo sé.
Paralizado, escuché una voz con un hilo musical que me decía "huye de aquí…". Me incorporé y salí corriendo como si me persiguiera el Diablo. La puerta, atrancada, me obligó a improvisar una salida alternativa. Fui escaleras arriba y llegué a una habitación con muñecas, bajé por un árbol que estaba, fortuitamente, colocado allí y descendí sin problemas. Hui. Hui más rápido de lo que te puedes imaginar hacia casa.
Eso en cuanto a la historia de los Borg. Nunca supe nada más acerca de ellos.

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