viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo II (Parte IV)

-Me encontraba solo, sin amigos, sin seres queridos, sin sueños, sin recuerdos. Bueno, recuerdos sí, uno: la cara de una mujer, una chica, difuminada, oscura e irreconocible. Por mucho que intentaba recordar, solamente me venía a la cabeza aquel rostro sin nombre, ni facciones. La intriga gobernaba mi cuerpo pero el frío, la gélida atmósfera que se respiraba en aquel lugar me paralizaban.
Encogí mis hombros y me senté en el helado suelo de aquel yermo paraje tratando de calentarme de una u otra manera. Forcé la vista, en busca de civilización, en vano. Dormí.
-¿Ya está? -preguntó, harto, Rashkolnikov-.
-No. Rodka, saca a relucir tu fama de paciente -respondió Cosow con un guiño y una sonrisa, y siguió-: un cielo bañado por un tono anaranjado reposaba sobre un extenso terreno devastado por la sequía. Desperté. Erguí la cabeza para visualizar aquel desértico rincón del mundo y volví a dormir. Desperté de nuevo, tomé conciencia de lo que se hallaba a mi alrededor y abrí mis ojos, pero no vi nada; sólo oscuridad. Comencé a gritar, intentando que alguien me echara una mano, pero no oí nada; es más, no sabía ni abrir la boca; no la sentía. Me asusté y al ver olvidados o perdidos aquellos sentidos me toqué el cuerpo, manos, piernas… en busca de sensibilidad pero todo aquello era pleno vacío. No sentía nada. Intenté llorar, pero no pude. Lo único que emanó de mis ojos, si así se le pudiera llamar a lo que tenía en aquel momento era nada. Los sentimientos me abandonaron, las sensaciones se fugaron junto a mis recuerdos. Quedé solo. En ese momento pude sentir, por fin, lo que vives cada día tú. Me vi sordo, ciego, mudo, insensible en cuestión de picosegundos.
Alcé la cabeza y comencé a oír un hilo de música, débil, pero audible. No estaba seguro de qué era lo que estaba escuchando, pero con el paso de los segundos, que se me hacían eternos en aquel lugar, iba aumentando la intensidad del sonido. Era una obra de música clásica; una de las muchas sobre las que me habías hablado hace ya años. Sonaba como "Overture to the Sun"; la primera que recuerdo haber oído cuando era niño y mi infancia combatía contra tu adolescencia. Rodka, desde pequeño me acostumbraste a vivir con la música; compartir mi vida con ella.
Un sonido me despertó, o eso creí. Aquel ruido lo interpreté como el movimiento, que tú siempre has calificado de "divertido", de una obra cuyo nombre ya no recuerdo, de Haydn. No desperté sino que me sumí en un nuevo sueño, el cuarto de la noche.
-¿Me sigues, Rodka? -preguntó Cosow-.
-No diré nada hasta que termines, no vaya a ser que te enfades -respondió con sorna Rashkolnikov-.
-Te lo agradezco y continúo: en aquel último sueño me vinieron muchas de aquellas preguntas que me hacías mientras estudiabas la carrera como "¿qué es lo que sueñan los ciegos?", o preguntas sin necesidad de ser filosóficas, sino de esas que quedan clavadas en algún lugar de la mente de una persona: "¿a qué huele o qué forma tiene la nostalgia?".

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