viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo IV (Parte III)

Un sonido seco, horrible e irrepetible surcó, en cuestión de segundos, el cerebro de Rashkolnikov que seguía con su hermano pegado al pecho. Aquella caída se había hecho eterna. Pasaron los últimos tres meses o así tan rápido como la luz por su mente, retando a lo imposible. Si habría los ojos, podía ver las estrellas y la Luna, burlona y resplandeciente en el firmamento, que gobernaba aquel cielo oscuro e infinito. Cuando por fin hubieron caído, Cosow se irguió y comenzó a correr dejando a su hermano, herido, atrás; el miedo lo obnubilaba. Rodka cerró los ojos durante un instante. Medio segundo que le dio tiempo a uno de aquellos títeres a abalanzarse sobre él e inmovilizarlo junto a cientos de ellos similares.
Rashkolnikov durmió, viendo como el mundo se hacía pequeño por momentos.
Despertó en una habitación oscura, sin ventanas ni ningún aparato que proporcione algún tipo de luz excepto una pequeña lamparita en una mesilla, como las de los policías que interrogan a sospechosos. Estaba encadenado y sentado sobre una silla de madera vieja y unos grilletes oxidados. Una voz le reventó los oídos.
- NëbĦ kerälaљ rödĦ txëkĦ? -preguntó una voz en la oscuridad-.
- ¿Dónde está mi mente ahora? ¿A qué te refieres?
- Gђläe!
- Por mucho que me metas prisa no voy a saber sobre lo que me hablas.
- Tëndraη Yeя Kalölaљ Nëtreк-tëi Träno.
- Nada puede hacerme recordar por mucho que insistas.
La vida que había tenido Rashkolnikov hizo de su mente y espíritu un impenetrable muro que no mostraba sentimiento alguno. Impertérrito, observó como aquella figura que había salido de la nada se desvanecía al fondo de aquella habitación dejándolo con un sofoco increíble. Estaba asustado. En el fondo lo estaba. Oyó el mismo sonido de motor rugiendo quebrando la tensión del ambiente. Una patada a la puerta, dejando penetrar en aquel cuarto la luz, le permitió a Rodka sentir el verdadero miedo. El punto de querer llorar y no poder por falta de costumbre; había olvidado cómo se hacía. Comenzó a gritar. Gritaba de dolor antes de recibir ninguna herida; ¿por qué? No lo sabía ni él.
El hombre frenó la motosierra y la depositó cuidadosamente sobre un estuche de plástico amarillo polvoriento. Encendió una luz y se podían ver una gran cantidad de artilugios supuestamente preparados para la tortura: un bisturí, unos alicates, unas pinzas, alambre de espino en rollo, multitud de cuchillos, tenazas de grandes dimensiones… En cuanto las vio aquel viejo se relamió los labios abriendo la boca dejando ver su dentadura desprovista de dientes.
Cogió el bisturí y fue haciendo diminutas incisiones en todos los tendones, las piernas, los brazos, cuello, manos… luego, comenzó a separar con sus propias manos esos pequeños cortes haciéndolos más grandes separando la carne poco a poco; alcanzó una esponja y la sumergió en un frasco de cristal que contenía un líquido amarillo. Untó aquel objeto sobre el cuerpo de Rashkolnikov apretando en cada herida más fuerte que en la anterior. Se podían oír los gritos desde fuera de la casa pero al ser ya bien entrada la noche y estar casi aislado aquel caserón de la civilización, y la sangre caía gota a gota en el suelo dejando el cuerpo del joven temblando.
Introdujo los alicates en cada herida y separó los cabezales agrandando mucho más las heridas de lo que ya estaban. Por último, cuando Rodka estaba a punto de desmayarse y después de haber vomitado repetidas veces por los nervios y asco de lo que estaba sintiendo, el señor mayor cogió la motosierra y dijo:
- Zalöndrokeη köaza krџuvna.
- Espera, ¿bienvenido al dolor? … No, ¡para!
Rashkolnikov abrió los ojos y cayó sobre el colchón con su hermano en sus brazos. Se levantó nada más tocar el suelo y salió corriendo con Cosow en la espalda hacia casa, lejos de aquel hogar de muerte.

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