domingo, 17 de octubre de 2010

Capítulo VII (Parte I)

Algo comenzaba a alimentar la pasión perdida de Cosow por las novelas de finales felices. Típicas para los niños pequeños con esperanzas de que todo es posible y que el amor dura para siempre. El chico hacía tiempo que había abandonado la idea de enamorarse; y de que alguien se enamorara de él, aún más. No es porque no fuera guapo, ni mucho menos, tenía un encanto especial que se resumía simplemente en una palabra: atracción.
Su manera de ser, comportarse, pensar, razonar… lo diferenciaba mucho de las demás personas; no pensaba en salir, pasárselo bien sin cavilar sobre las consecuencias, sino en que lo que hiciera fuera productivo, solamente para él. Su filosofía era diferente a cualquier otro personaje de los libros de su hermano como Kant, Nietzsche, Aristóteles, Platón, Sócrates…
Atraía a la gente, él se burlaba de ellas a cada momento, por la mínima situación embarazosa, la agravaba pero parecía no afectarle a nadie; es decir, se enfadaban pero no podían estar absolutamente nada de tiempo sin su compañía. Es, simplemente, atracción. Actúa como un agujero negro que no deja escapar nada a su alcance voluntaria o involunariamente.
Se despertó a la mañana siguiente con un mensaje de Dôrya en el móvil: "¿Vienes a mi casa en 30 minutos para ir a clase juntos?". Lo leyó y se volvió a dormir. Despertó con una llamada de la misma metiéndole prisa:
-Que, ¿vienes o no?
-¿He dicho que fuera a ir? No, ¿verdad? Pues ya está.
Colgó.
El sueño lo valoraba de una manera sobrehumana; era el único momento del día en el que podía sentirse Dios. Sentía que todo surgía de sus pensamientos y así era. Se despertó, de nuevo, con el sonido del despertador agudo que fue lanzado, como de costumbre, contra la pared que ya perdía su color a cada día que pasaba. Esta vez no tuvo problemas de tiempo ni prisas; es más, llegó más temprano de lo habitual a clase sin ningún incidente.
-Coged estos apuntes. Serán los únicos que ponga en este curso sobre la pizarra.
Todos, al unísono, comenzaron a mover sus bolígrafos de colores para organizarse mejor y copiaron. Cosow esperó, mirando por la ventana recostado en su silla, a que terminara de escribir sobre ella. El profesor terminó.
-Profe, ¿podría decirme que pone justo ahí? -preguntó Cosow señalando una palabra que apenas se leía-.
Rápido, en cuanto el maestro se dio la vuelta para preguntar "¿dónde?" sacó el móvil y le hizo una foto a la pizarra ahorrándose el cansado trabajo de copiar al momento con prisas.
-Ah, nada, ya lo entiendo; perdone.
Miró al alumno y asintió con la cabeza. Al terminar la clase, Cosow se fue del colegio; necesitaba alejarse de aquel ambiente y fue a la zona donde estudiaba su amiga Dôrya a visitarla. La vio, apoyado en un gran árbol, conversando con sus amigas. Él iba con una camisa azul y blanca con una camiseta negra con dibujos blancos por debajo más unos vaqueros y unas Converse negras. Le llamó la atención unas cosas escritas en la carpeta de la muchacha. Era exactamente la poesía que le había recitado el día anterior, pero sólo la parte de "Soy la intriga intrigante que intriga a la propia intriga, soy el que produce tus cosquilleos de barriga". Sonrió y se fue con las manos en los bolsillos y la mueca, persistente, en su cara.
-¡Cosow!
Se giró, con la sonrisa aun colocada en la cara, y le guiñó un ojo con intención de saludar por pereza a sacar las manos de los bolsillos. Le hizo una señal para que se acercara a ella y a sus amigas, él la aceptó y liberó las manos de su prisión.
-Chicas, éste es Cosow, un amigo mío.
-Hola a todas -dijo con una falsa risa-.
-Boungiorno, ¿come va? -preguntó una chica rubita y alta-.
-Tutto bene, grazie -respondió, ágil, el muchacho-, e ¿tu?
-Anche, grazie.
-Prego.
Las chicas comenzaron a cuchichear entre ellas y Dôrya se animó a hablarle:
-¿Cómo es que no estás en clase?
-No me interesa esa clase, y ¿tú?
-No tengo ahora; ¿quieres ir a tomar algo?
-Como quieras.
Les explicaron el plan a sus amigas y se apuntaron, cuando nadie las había invitado a ir con ellos. Llegaron a la cafetería, a unos pocos metros de allí, y comenzaron a hablar. Sus amigas no dejaban de hablar en bajito mientras lo señalaban de vez en cuando entre risas. Cosow captaba alguna mirada y se reía, cabizbajo.
-Bueno, creo que te voy a presentar a todas, porque están que no pueden más.
El muchacho asintió.
-Ésta es Fröde. La morena se llama Tresâ; y la rubia que te habló antes en italiano se llama Sorela.
-Encantado -dijo a todas excepto a la última-. Miró a Sorela y le dijo "mi piace".
-Mucho tardaste, ¿no? -preguntó burlona ella-.
-Iba a decírtelo en ruso, pero no me acuerdo de cómo se decía.
-¿Sabes ruso?
-Y más idiomas, pero pensé que sería el que menos entenderías.
Todas se quedaron mirándolo y haciéndole preguntas de todo tipo, dejando de lado a Dôrya. "Juguete nuevo" pensó ella. A la hora o así de estar allí decidieron irse a las clases que les tocaban y se despidieron. Al llegar a casa, el chico, vio a su hermano leyendo el libro de nuevo pero en cuanto vio que se cerraba la puerta y los ojos de su hermano, acechantes, observaban con deseo aquel libro lo escondió y se fue a su cuarto. Cosow pasó una tarde aburrida, pensando en qué hacer sin surgir nada, cuando sonó el teléfono.
-¿Quieres ir a dar una vuelta con nosotras? -preguntó Dôrya-.
-No, no me apetece.
-Como quieras. Si cambias de opinión me llamas al móvil.
Colgaron y éste se fue a su habitación a dormir. Su ritual de cada día y de cada noche.
Un ruido proveniente de la habitación de su hermano lo despertó de madrugada. Se asombró por el tiempo que había dormido desde las 19:00 que lo llamaron. Miró por el pequeño espacio entre la puerta y la pared y vio a su hermano dando vueltas y tirando las cosas al suelo con rabia. No se atrevió a decirle nada; así que se volvió a la cama con la intención de preguntarle al día siguiente, con mejor humor.

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