viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo VI (Parte II)

El manto crepuscular que bañaba el cielo de **** desde la tarde del día anterior seguía inmóvil, mirando con desprecio a sus habitantes. Cosow sintió un escalofrío justo al entrar por las puertas del campus. Tenía un gran letrero en piedra que ponía "Fölthram University" con letras, cada una, más grandes que su cabeza. Él iba a su facultad con algo de prisa cuando, de repente, vio a Dôrya corriendo hacia el campus sur de la universidad.
-¡Dôrya, espera!
La joven se paró en seco, quitó los cascos de sus oídos y giró para averiguar quién la llamaba.
-No sabía que fueras a la universidad, y menos que coincidiéramos en la misma zona.
-No -respondió riendo la muchacha-, lo que pasa es que me equivoqué de camino; estoy en el otro lado. En el sur.
-¿Qué haces?
-Derecho. Más concretamente Abogacía.
-Interesante. Así podrás defenderme cuando mate a mis pacientes.
Cosow lo dijo tan convencido y serio que ella no sabía qué responder, hasta que él empezó a reír.
-Hago Medicina, justo aquí -dijo señalando un gran edificio que parecía más una estructura de carácter turístico que de estudiar.
-Bueno -vaciló Dôrya-, me voy a clase que ya es tarde.
Los dos se despidieron y se fueron a sendas aulas con una cara de sonrisa idiota en la cara. A primera hora él ya estaba aburrido y no sabía qué hacer para paliar aquel sufrimiento. Sonó, en vibración, su móvil y vio un mensaje que ponía: "¿Qué, ya estás aburrido?". Miró para todos los lados buscando la procedencia de aquel mensaje sin nombre pero sólo había alumnos absortos por las explicaciones de los profesores y sumidos en la desesperación de aprobar todo en junio, excepto él. A parte de tener un talento natural, por así decirlo, como su hermano para el estudio, poco le importaba nada de lo que sus compañeros escuchaban expectantes. Respondió el mensaje con "La verdad es que sí, ¿quién eres?". Tuvo que esperar hasta el final de la clase, tras media hora pensando quién sería el autor del mensaje. "Soy Dôrya" leyó.
La llamó y comenzó a hablar con ella.
-¿Cómo conseguiste mi número?
-Me lo dio tu hermano.
-¿Cuándo, si no me separé del desde que te conocí? -preguntó intrigado-.
-¿Por qué te crees que llegué tarde?
-No sabes donde vivo.
-Eso es lo que tú piensas.
Colgó.
Desconcertado, el chico quedó en el pasillo de la clase mirando al infinito buscando una explicación y viendo venir multitud de reflexiones que no lo llevarían a nada sólo por ella. Lo único que se le ocurrió era demasiado narcisista, incluso para él, así que lo abandonó. "¿Que yo le gusto? ¡Qué tontería!" y como si a mí me importara gustar o no a alguien. Pasaron las demás clases sin ningún incidente destacable y, al salir, Cosow en vez de dirigirse a su casa fue a la de Dôrya a pedirle una explicación por lo ocurrido esa mañana. Vio subir por la larga cuesta a su amiga y agachó la cabeza pensando qué decirle.
-Mucho tardaste en llegar -dijo el joven- ¿pasó algo?
-Estaba hablando con mis amigas. Me contaron que te conocen; es decir, que han oído hablar de ti.
-¿Y qué cuentan de mí?
-Múltiples razones para alejarse de ti y tres para no hacerlo.
-¿Qué es lo que hace que no debas alejarte?
-Dicen que eres poeta, escritor, gran persona y que lo ocultas tras una máscara para no revelarte tal y como eres. ¿Puedes improvisar algo para mí?
-No creo que sea bueno, no estoy de humor para decirte nada, y menos bonito si es lo que esperas.
-Por favor, Cosow.
Él la miró a los ojos y comenzó:
"Si necesitas reír te hago llorar, pequeña,
No soy el príncipe azul con el que todas sueñan.
Soy la intriga intrigante que intriga a la intriga,
Soy el que produce tus cosquilleos de barriga."
El muchacho acostumbraba a dejar así, atónitos, a la gente con las cosas que decía. No era muy hablador, pero lo poco que decía lo decía con sentimiento y haciendo que penetrasen hasta el fondo del corazón y de la mente de la gente.
-Perfecto.
-Boh, no digas tonterías. Es algo al momento, así que no puede ser tan bueno.
-Pues a mí me ha encantado.
-Vale, me alegro -dijo Cosow con mirada de rendición-. Me voy a ir, ¿me quieres decir algo más?
-Sí.
-¿Qué?
Bueno, más bien nada; olvídalo.
-Está bien, adiós.
El chico siempre fue igual: le importaba poco lo que dijera la gente, fuera bueno o fuera malo. Lo único a lo que le daba importancia era a lo que le interesaba a él, no a los demás; de ahí que ignorase con tanta facilidad las palabras de Dôrya.
Desapareció entre los coches y no tardó en dejar atrás aquella calle angosta.

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